jueves, 9 de diciembre de 2010

EL DESPERTAR DE LAS EMOCIONES

      
                                 El despertar de las emociones
                                          
                                                            5

          Algo hacía palpitar fuertemente en el interior de mi corazón  tan maltratado en mi juventud por las pruebas de la vida y la brutalidad militar, desde que aquél pedazo de hierro había llegado  a mis manos y sin comprender las causas las palabras de Candi llenaban un hueco en mi vida de soledad interior en medio de tantos triunfos con mi arte y logros en mis ideales humanos, a pesar de todo, en mi interior había una profunda tristeza.  Solamente había pasado unos días y vuelvo a recibir otra misiva de Candi con un largo contenido que iba uniendo cabos sueltos en mi interior que me hacia  comprender lo que me había indicado Torcal.
          Aquella noche fue de inquietud, no podía reconciliar el sueño, veía una cara que se deformaba cuando quería retener la imagen para dibujarla, aquello me llevó más confusión, me sentía mal y antes del toque de diana ya me levanté de aquél camastro que ya mi cuerpo se iba aclimatando a él. Había rechazado una habitación con una sola cama que me había ofrecido el capitán –no  quería favoritismo–, tenía otros proyectos más liberados y personales que encajaban con mis ideales. En la parte vieja de la ciudad había encontrado una buhardilla para montar allí mi estudio, y dormir. Tenía un ventanal con una hermosa vista al mar a una zona pesquera  desde donde se veía el ir y venir de los barcos, y al atardecer, desde allí podía ver la puesta de sol que me impresionaba y me producía una tierna y dulce melancolía en mi  corazón.
         También, con los compañeros de bellas artes  iba produciendo un mayor acercamiento y amistad en los encuentros y tertulias  en proyectos comunes, exposiciones, coloquios, charlas. Para hacer llegar las nuevas ideas sociales de libertar y democracia. Para ello, pensábamos  en publicar un semanal que se iba a titular “el despertar”. Ya  había pensado en Candi para la publicación de sus poemas.
         Pensaba en abrir puertas dentro de las nuevas corrientes  de pensamientos y espiritualidad en unos momentos en que el poder militar se imponía con fuerza. En la desolación del sistema surgía una juventud con fuerza en su alma y fuego en el corazón dispuestos a luchar por valores de progreso de dignidad y de justicia. Por ello,  necesitaba  mi independencia y un lugar personal en donde tener mi estudio y mis cosas recogidas. En el acantilado todo lo tenía al aire libre, hasta que acabase el servicio militar y libremente pudiera ir a vivir a Madrid para continuar con mis estudios de arte necesitaba un sitio donde recogerme.
          Envuelto por el remolino de mis emociones  atravesé la gran sala dormitorio, bajé la escalinata de piedra y fui a la zona de servicios en donde estaba la carpintería, allí en la mesa de trabajo me habían puesto otras maderas para hacer unas tallas. Mi mente saltaba entre lo real y lo ilusorio, la carta de Candi me había abierto una nueva dimensión en mi interior, era como si me hiciera ver la vida desde un ángulo distinto a como lo había visto siempre atrapado por mi ideal artístico
          –Algo  está sucediendo en mi interior –pensaba un tanto confuso.
          Deseaba acabar aquél trabajo que no me gustaba, gracias a él tenía un trato de favor y no me tenía que someter a la  disciplina militar. Aquellos pensamientos me animaron y de  manera mecánica me puse a trabajar, las gubias iban sacando las virutas en la colorada madera, que iban cogiendo la forma ornamental que interesaba. Aquello me hizo recordar lo que me había dicho Candi en su carta, sobre la formación de una escultura, sentí una fuerte emoción y dejé la gubia en la mesa y el mazo a su lado. Cerré los ojos y tuve una meditación recordando el contenido de la carta. Por unos momentos entré en un estado de desconocidas emociones que me producían ansiedad y nervios. Comprendía que era el despertar de un sentimiento profundo que había dormitado en mi interior y sin yo saberlo.
“Artista amigo: Haciendo uso de este casual y primer contacto de nuestros espíritus, en el punto que convergen todas las artes me tomo la libertad de anunciarte que cualquier de estos días iré a visitarte. Y, como desconozco casi en su totalidad la obra de tú escoplo o cincel. –Veo todos los días el monumento de la plaza de la catedral, las esculturas de la iglesia, con la ausencia de un evangelista–. Yo sería feliz si me mostraras algunas de tus esculturas, aunque solo sean bocetos. Y, que bellas las mañanas, el mar, el cielo, a través de ese fino caudal que procede a la natalidad de una estatua. Quisiera oír de tus labios tus emociones –que presiento– tan parecidas a aquellas incomparables del creador cuando  la arcilla se convirtió en hombre.
         Hace poco publiqué una poesía…, ya en ella descubrí ese profundo sentimiento del escultor que dio vida a la piedra inanimada e insensible legándonos una madre dulce, humanísima de ojos infinitamente misericordiosos. Ese es el milagro del escultor. Hacer, crear carne y espíritu de la materia inerte. Tal vez sea este arte, el más fiel reflejo del soplo de Dios en el hombre. No te extrañe, pues, que así como me conmueve la música, la pintura, el canto –el buen canto–, las letras, siento tal vez más profundo, la emoción contemplativa ante unos ojos que son frío mármol y miran. Unos músculos que son cantera y se retuercen de dolor, o se tensan de fuerza, o se ofrecen suaves, animosos, rítmicos, en  admirable y femenina desnudez. Y aun  cuando no me había sido dado a conocer personalmente a ningún escultor.
          Comprendo muy bien que no es fácil de expresar lo inexpresado. El goce supremo del hombre anónimo – ¡glorioso!– que hizo palpitar una mole de piedra.  Hace unos meses –antes de sufrir el luto que aun llevo– vi en el cine  una proyección de esculturas fue total mi emoción ante la grandiosidad del arte fotografiado  Impresionada antes de dormir repenticé el torrente de mi sensibilidad, vibrante, en unas cuartillas tan descuidadas –por lo rápido– en la forma, como intensas y apasionadas en el fondo.
          Así siento  todas y cada una de las heridas que va dejando en mi el paso de la vida artística, –la única vida que me interesa y vivo– lo demás es vegetación necesaria impuesta por la naturaleza, como cualquier matricula de hacienda.
          Tampoco te coja por sorpresa, que aunque nada más que por él roce casi imperceptible de un papel cruzado entre nosotros, mi sensibilidad haya pulsado en la lira de mi alma, y te haya dedicado un poema en un libro que tengo en imprenta, titulado “agua de mi fuente”, y si lo quieres, lo llevaré personalmente.
          Hay gentes que se creen artistas y están llenos de vanidades, desconociendo cuanto de precioso delicado y grandioso tiene el Arte y toda creación.
          Caso que te parezca bien mi visita, como a mí, me da igual el ir un día que otro, lo haría cuando tus obligaciones te permitiesen   el tiempo necesario para una amplia charla. Sin precipitaciones, las cosas de espíritu no se pueden tratar a trompazos como el fútbol, ni con arterías como los negocios. Ya que es lo único noble, y solo hay una manera de llegar a sus caminos, la nobleza, – ¿No lo crees así?–. Ahora bien, si por cualquier motivo que excusas  él explicarme no se pudiera llevar a cabo esta entrevista, no te creas comprometido, pues no agradecería en nada tu amistad, si va a sernos una carga inoportuna.
          Deseo y espero unas letras, para disponer de este mi viaje, que de una manera o de otra tengo necesariamente que hacer. Tengo el compromiso de un recial poético y tengo que  ver el teatro en donde lo tengo que realizar. Me sentiría feliz si me acompañaras en este proyecto artístico, afectuosamente. Candi” 

          Abrí los ojos para continuar con el trabajo, no era capaz de  concentrarme  en él, algo había cambiado desde el día anterior en que había recibido aquella carta. Sentí voces que me sacaron del letargo en que me encontraba, el ruido de la puerta seguido del chasquido que hacía al abrirse. Era la gente que entraba para hacer  el trabajo diario que tenían destinado.
          –Te vamos a hacer un maletín para que tengas recogidas tus cosas, lápices, pinturas, papeles y, que te lleves un recuerdo nuestra, –Me indicó el encargado de la carpintería.
          –Sois muy amables, pero no me lo merezco, –les  indiqué a aquellos compañeros de  mili que con paciencia iban contando los días que les faltaba para que les diesen la licencia. Me sentía nervioso, turbado, la carga había ido en aumento y me oprimía la cabeza, sentía la necesidad de estar solo y me marché.

                      

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