miércoles, 16 de marzo de 2011

Zafarrancho general

             Zafarrancho general                                             

                               18   

Durante días estuve trabajando en el relieve de las lanzas y otras tallas. Cada vez iban surgiendo mas remates, más cosas para complementar. Era una mañana invernal, fría. Como de costumbre sonó el toque de diana y, a la vez, suenan las órdenes  de zafarrancho  general.

En pocos momentos pelotones de soldados estaban fregando la compañía, el piso, ventanas, lavados, pasillos. Todo el cuartel estaba en limpieza. Mientras, iba llegando militares de alta graduación con trajes de gala y cargados de medallas. Los gastadores, la tropa de la plana mayor, todos se preparaban  con las mejores galas.

Los soldados limpiaban mosquetones, cartucheras y todos los arreos que se usaban para los grandes desfiles. En el patio de armas se limpiaban y abrillantaban ametralladoras, cañones, carros de combate. Ponían banderas por todas partes y alfombras por todos los pasillos. En el patio de servicio se lavaban los caballos, se limpiaban y abrillantaban las correas, las puertas, cristales, todo.

–Viene el gobernador militar para hacer una inspección, –sonaban en las voces de los soldados.

Frente aquellas batidas de limpieza y orden  pensé en sacarme del medio y liberarme de la lejía y los productos de limpieza que se hacía sentir por todas partes. Con disimulo y camuflado entre los soldados que limpiaban me dirigía a la carpintería y al pasar por el patio de servicios un sargento que estaba allí para que todos siguieran en su misión de trabajo, de forma brusca me interfiere.

– ¡Eh, tú, a donde vas, ven aquí!

–Estoy haciendo unos trabajos para el coronel y estoy rebajado de todo servicio, –le indiqué después de saludarlo debidamente.

–Vete, ¡aféitate!, –me  dijo el sargento con voz firme al verme tan desmañado–. Y a hacer el trabajo de limpieza que te han destinado.

– ¿Qué haces tu aquí?, –me preguntó el sargento de la carpintería que pasaba por allí en aquellos momentos.

–Me pararon cuando iba a la carpintería.

–Debía de estar limpiando, –indicó el sargento de servicio de limpieza.

–Por orden del coronel este soldad está rebajado de todo servicio.

–Vete,  y que no te vean tan abandonado por el patio.

–Hay una inspección militar, viene un general, –me indicó el sargento en la carpintería.

Sonreí, hice una mueca y esbocé una sonrisa que no pudo retener.  

– ¿Qué pasa? –me preguntó el sargento con un gesto de contrariedad.

–Pienso que soy yo la causa de la visita de ese general.

– ¡Tú!

–Sí, ya se lo indiqué al coronel que lo harían a través de un mando de rango superior, y...

El sargento hizo un gesto entre contrariedad y extrañeza, sin decir nada se marchó.

Con las mejores galas estaba todo el cuartel. Con banda de música y estandartes en el patio de armas. Allí estuvieron los oficiales y la tropa toda la mañana. Era ya cerca el medio día y suena la trompeta, empieza la banda de música con el himno nacional. Por la megafonía que habían puesto en todo el cuartel para el evento, una voz varonil señalaba, –presenten armas, el gobernador militar.

Ya por la tarde, trabajaba en la carpintería y llegó el sargento que se cuidaba de ella, –tienes que marcharte cuanto antes, te reclama el gobernador militar–. Me dijo el sargento al entrar en la carpintería.

– ¡Ya se lo indiqué antes, mi sargento!

–Si, algo me habías dicho con anterioridad de un cura.

–Terminaré todo antes de marchas, también haré la policromía del relieve de las lanzas  para que puedan montar el arcón y barnizarlo.

–Gracias,  –me indicó el sargento.

Era la primera vez desde que estaba en el cuartel que nadie superior  me daba las gracias. Trabajé  duramente de día y de noche hasta acabar el trabajo.

Me sentía como atrapado en  un extraño  estado moral, envuelto en mis meditaciones tuve la sensación de ver al republicano y mis ojos se humedecieron. Eleve un pensamiento de gratitud por las enseñanzas recibidas  que estaba por encima de todo interés  material de orgullo o resentimiento.

–Comprendía que todo aquello había sido un pequeño triunfo para mi estúpido orgullo –pensaba–. El coronel no había tenido fuerza moral para acercarme la noticia, lo hacía a través de un emisario.

No quería entrar en aquél juego de intereses dominios y resentimientos. No quería ir por la vida  con el corazón oprimido por causas personales. Trabaje intensamente hasta acabarlo, dejé de ir a bellas artes y a las tertulias de mis amigos artistas.

A pesar de las contrariedades, los encuentros con mi amigo Pepe, sus enseñanzas sobre clarividencia y justicia espiritual me habían ayudado a sobrellevar la carga  diaria del cuartel. Además abría en mi interior desconocidos caminos que me hablaban de verdades que traspasaban lo limitado de la vida corporal y de los intereses mundanos.

A los pocos días recogía mis herramientas, en un maletín que me habían regalado, ponía las cosas más personales. Me sentía un poco nostálgico a pesar de la brutalidad de la vida militar había encontrado sensibilidad y un rincón que, con mi arte y mis ideas acariciaban la soledad de mi alma.

Pensé en el acantilado, la cueva. Las esculturas que había labrado en la roca viva y quedarían allí como una muestra de mi arte, de mis ansías creadoras soportando los fuertes oleajes  de la vida como un mensaje a las futuras generaciones para cuando yo me marchase de  aquella ciudad.

En aquello momentos recordé a Pepe y Gloria..., mis ojos se nublaron y la emoción me oprimía el corazón. – ¡Ya no los veré más...! –Pensaba.  

La puerta de la carpintería estaba abierta, intuitivamente levanté la cabeza y a través de los cristales veo una sombra que se acercaba, al rato, una persona en la puerta, era mi buen amigo Pepe.

– ¡Hola!

–Estoy recogiendo mis cosas.

–Ya me enteré que te marchas.

–Sí.

– ¡Vaya revuelo que has formado con la visita del gobernador militar!

–Tiene mucho poder el clero.

–Pepe me puso una mano en el hombro y me miró a los ojos, –busca la verdad en tu interior eres parte de la gran ley, cuando estoy contigo es como si estuviese con mi hermana.

–Sí, es sensible y profunda, me atrae y preocupa, no tiene límites su espíritu.

– ¡Sí, claro! Vivís en el anti mundo y tenéis una hermosa misión en la vida que está por encima de todo interés y gloria terrena. ¡Te tienes que despedir de mi hermana!

–Sería mejor que me marchase sin decirle nada, –le indiqué después de un momento de meditación.

–Sería todavía peor para ti y para ella, –me indicó Pepe como si me hubiese leído en mis pensamientos.

–Intento que no sufra, –le indiqué un tanto confuso.

–Sufrirá más. Esta relación no empezó ahora  tampoco acabara su proceso.

– ¿Qué quieres decir?

–Que nada empieza en un papel en blanco, todo está sujeto a la ley de la continuidad. Tú y Gloria habéis tenido ya otras vivencias y este encuentro ya estaba preparado, es muy determinante. ¡Ya lo verás! –El gesto de la cara de Pepe se envolvió en cierta amargura, no había aquella media sonrisa que determinaba.

– ¿Veo que intuyes acontecimientos?, –le manifesté un tanto confuso.

–Sí, muy fuertes, para ti y Gloria.

– ¿Puedes indicar algo?

–No, en ello estoy yo involucrado. Debes despedirte de ella..., –me indicó Pepe de manera rotunda–, la vida es amor y esta profundidad espiritual se impone por encima de todo lo físico y temporal. Lo invade todo con esa energía creativa que hace las evoluciones de las personas y los mundos.

– ¿Los mundos?

–Sí, hay muchos en el universo.

– ¿Con vida?, –le interrogué.

–Sí, y más evolucionados que nosotros en su desarrollo. No es de sentimientos humanos ni de amor carnal de lo que te estoy hablando, que eso sé muy bien que es temporal. Te hablo de la energía que vitaliza la vida y eleva a las almas en el camino de la luz y del conocimiento. Ser libres sin ataduras egoísmos o resentimientos.

Me quedé meditando..., aquellas palabras de Pepe me sonaban en mi interior pero no sabía que contestar, me quedaba sin palabras pero no sin pensamientos.

–Ya lo encontrarás, no te tortures en llegar al final de un camino que todavía no has hecho. Te acordarás de todos estos comentarios, pues los vas a necesitar.

Baje la cabeza y cerré los ojos, un extraño esplendor había visto en la cara de Pepe que me produjo un escalofrío...

– ¡Ya lo tienes en tu sendero! –Determinó Pepe– por la tarde te paso a buscar para ir a mi casa.

–Adiós.

En medio de aquél estado un tanto confuso –ya sólo– continué recogiendo las herramientas y mis cosas. Subí a la compañía para asearme y cambiarme de Ropa.

–Pasaré por el despacho del capitán al nuevo día para recoger la autorización que me permita marchar del cuartel, voy a estar unos días alejado, –le indiqué al cuartelero que estaba de servicio. Durante un buen rato estuve hablando con él, era un compañero que cumplía el servicio militar  y no quería que hubiese enemistad dado el trato especial que tenía dentro del cuartel al estar rebajado de todo servicio y obligación militar.   

No conservo ningún dibujo ni fotografía del relieve de las lanzas que talle en madera de castaño policromada 55 años atrás. Su recuerdo está en mi mente y en las viejas carpetas de cartón estaban estos apuntes que hoy presento en “los caminos de la vida”, como enseñanza viva de ese fluir del tiempo y las pruebas humanas que, arrastran, trazan el camino, conduce a quien lo acepta y arrastra a quien se resiste. Con gratitud, marzo 2.011 Manolo




















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