domingo, 20 de marzo de 2011

Sonata de amor

                                     Sonata de amor

Vestido con ropa deportiva y protegido por un grueso jersey de lana a primeras horas de la tarde Pepe llegaba al cuartel, –vamos, te esperan–, me indicó.

Salimos del cuartel y fuimos dando un paseo hasta llegar el puerto, continuamos hasta la zona de rocas en donde meses atrás habíamos estado hablando. Había pocos comentarios, pero, sí, una emotividad cargada de interrogantes que nos envolvía dentro de un estado de nostalgia interior.

Frente a aquél mar crispado, rabioso, que sacudía con fuerza las olas contra las rocas que se coronaban de blanca espuma Pepe puso su mano derecha sobre mi hombro me miró a los ojos  y me dijo, – ¡Es hermoso todo esto! ¿Verdad?

Sin darme tiempo a que me expresara, señaló, –te acordarás de todo esto, también del desarrollo espiritual y de las ciencias ocultas que cada vez más te encontrarás atrapado en ellas hasta que al fin te desarrolles como médium. Abra cambios de valores en tu vida, muchas más cosas que te harán volver para recordar y meditar sobre estos momentos que hemos pasado juntos.

–Sí, –señalé,  sin saber que contestar frente a tanta contundencia–. ¡No sé!

–Pepe un tanto inquisidor y con su media sonrisa me dijo, –tendrás las respuestas dentro de poco tiempo, ahora vamos a mi casa, mi hermana te espera.

Atravesamos calles y plazas hasta llegar a la gran avenida. En la zona antigua señorial se levantaba la casa de Pepe. En mármol a la derecha de la puerta había una placa dedicada a la memoria de su padre. “La ciudadanía de la ciudad en recuerdo a nuestro juez”

Sentí una extraña vibración que fue en aumento al pisar el portal y poner el pie en el primer escalón de piedra. Una desconocida emoción presionaba mi pecho haciendo más dificultosa mi cargada  respiración, mientras mis ojos se humedecían. Unas notas de piano sonaban en toda la escalera cogiendo vida propia y envolviendo la atmosfera en una mágica y desconocida vibración que me penetraba por todos mis sentidos. Era una sonata de Chopin interpretada libremente. Sentí en todo mí ser una embriagadora emoción,  me paré, cerré los ojos para dejarme envolver en aquellas notas que consideraba angelicales.

–Vamos, sube. Gloria te espera, –me indicó Pepe,  que se había quedado un poco retrasado.

No tenía palabras para poder definir aquella desconocida emoción que me producía cambios en mi sentir y pensar y una fuerte reacción. También, cierta crispación por la postura material de Pepe para que entrase en la casa, como tirando de mi voluntad.

Pepe, se adelantó y subió las escaleras sacó la llave del bolsillo y abrió la puerta. En aquellos momentos sonaban las últimas notas musicales que envolvían la casa en una atmósfera de nostalgia y vida, un temblor corrió por mi cuerpo que me hizo estremecer.

La entrada en el amplio pasillo, la gran sala donde Gloria tocaba el piano. Al fondo una cristalera que daba al jardín por donde entraba una ráfaga de sol en aquél atardecer de ensueño, el sol llegaba hasta el centro de la sala, dejando una zona en penumbra.

Al lado de su piano estaba Gloria, la chica triste y melancólica que había conocido unos meses atrás. Tenía una mano apoyada en las teclas del piano, al estar en contra luz  se perfilaba la silueta. Al entrar en la sala me quedé deslumbrado; No era la chica tímida y de ojos tristes que había conocido, tampoco iba vestida con el abandono que llevaba cuando la conocí. Cuanto más me acercaba más quedaba deslumbrado por el cambio que había tenido en tan poco tiempo, ya a un metro de Gloria me quedé parado, como si no fuese capaz de continuar, tampoco quería romper aquél encanto, todo parecía irreal.

Su frente despejada, la cara sonrosada. Un hermoso peinado con una diadema y un brillante en lo alto de la cabeza. Un sencillo y elegante vestido  que le quedaba un poco más arriba de la rodilla. Un corpiño con una especie de tirantes que le dejaba al descubierto los brazos y la parte alta del pecho. Una cadena dorada al cuello rematada con una piedra azul que producía destellos, en juego, pendientes pequeños del mismo color que le daban el aspecto de una dama del renacimiento y el encanto de una diosa griega.

Seguía parado como si estuviese clavado en el suelo, no me quería acercar por miedo a romper aquél encanto que me parecía no ser real, dada la brutalidad que tenía que vivir en el cuartel

–Gloria sonrió con dulzura y retiró la mano de la tecla del piano y se acercó con un bello movimiento, –te esperaba–. Abrió los brazos y me abrazó fuertemente besándome en la cara, así en silencio estuvo algún tiempo.

Me saltaron las lágrimas de emoción al sentir a Gloria, –amor mío, me has dado la vida. Ya no me interesa la materia en este despertar amoroso de mi espíritu. ¡Ya nada material me hará sufrir!

Estaba perplejo, como una estatua de piedra había quedado. Sentía el contacto de sus carnes y un fuego de eternidad me quemaba mi alma y me elevaba a un estado de desconocida emoción.

Gloria se separó –me tenía cogida una mano– me miró a los ojos  con infinita ternura.
Quedé deslumbrado ante tanta belleza y no pude impedir que unas lágrimas empañaran mis ojos al ver de aquellos hermosos ojos negros brotar agua como si fuese un manantial, fruto de aquel enloquecido   y poco común amor.

–Ven, –me dice Gloria dulcemente y sin soltar la mano que iba tirando  me llevó a la sala en donde había estado la vez anterior. Nos sentamos en el mismo diván y surgió un momento de silencio, por mi parte de cierta confusión.

–En aquellos momentos entró Pepe en la sala y se puso de pie delante de Gloria esbozando su media sonrisa, –el amor es eterno, enriquecedor siempre que no intervengan las pasiones de la carne y los egoísmos mundanos de la vida temporal, es como ser una parte de Dios  –reflexionó–. ¡El mismo Dios!

Le miré un tanto confuso y sin comprender aquél paternalismo, que..., me confundía.

–Vosotros tenéis una gran misión en la vida corporal, tenéis una prueba de misericordia y de amor para ayudar a los hombres  a través de vuestra mediúmnidad.

– ¿Qué mediúmnidad? –le indiqué molesto.

–La que tú hoy no puedes comprender, pero está en tu interior. Viviréis ese gran amor, pero no será ahora en estos momentos, será luego, sin las ataduras temporales de la materia y sus deseos.

Tanto Gloria como yo estábamos sorprendidos sin comprender nada de aquella filosofía que de continúo Pepe nos aplicaba.

–Puedo sentir vuestros pensamientos, –indicó Pepe a la vez que retiraba las manos que con anterioridad había puesto  sobre mi cabeza y la de Gloria. Fue como un gesto de entrega como algo ya predestinado que la vida imponía dentro de un destino concreto.

En aquellos momentos se sienten unos ruidos, un fuerte taconeo que hacía retemblar el piso, era Mari. Pepe fue a su encuentro para cogerle unos paquetes que traía. A la vez le decía, –vino Manolo a despedirse.

– ¿Se marcha? –manifestó Mari fríamente.

–Sí.

–Bueno.

Había escuchado todo y sentí  un fuerte escalofrío  en mi interior. Miré para Gloria y veo que le cambiaba la expresión de su cara y entraba en una especie de temblor. Me soltó la mano que la tenía cogida, cerró los puños clavándose ella misma las uñas, a la vez, cerraba los ojos y bajaba la cabeza.

Me  levanté del diván para saludar a Mari, y me acerqué para darle un beso.

– ¡Hola! –me dijo Mari a la vez que me daba la mano.

–Sentí un fuerte escalofrío, le miré a los ojos y le dije, –hola– a la vez que le daba la mano.

Sin más, Mari se fue a otra habitación encendió la luz y dejó la puerta abierta. Se quitó el lujoso abrigo de pieles que llevaba puesto. Iba elegantemente vestida y la ropa la llevaba ceñida al cuerpo resaltando el ancho de sus caderas y sus abultados pechos, que subían por encima del escote, también iba muy pintada.

–Gloría, prepara la mesa que vamos a cenar, –indicó desde aquella habitación y con voz autoritaria–. Y tú Pepe prepara las cosas de la cena. 

–yo que tanta felicidad había sentido unos momentos antes me sentí mal, deseaba desaparecer. Sentí una fuerte crispación desde que había llegado Mari, y deseaba marchar de allí. Llamé a Pepe que estaba en la cocina y le dijo, –me tengo que ir, mañana me marchó y tengo que preparar algunas cosas.

–Pepe llamó a su hermana y le dijo, –Manolo se va.

Apareció Gloria que ya se había puesto el delantal, estaba crispada y los ojos los tenía llenos de agua.

– ¿Te vas?

–Sí, tengo unas cosas pendientes.

–Ven, –me indicó, a la vez que me cogía la mano y me llevaba a la entrada de la casa, arrimó la puerta y me abrazó  llorando de manera desconsolada.

–Aquella era una inesperada  situación para mí, no prevista. Saqué un pañuelo del bolsillo y le limpié la cara, –que no te vea llorar tú madre–, le dije, a la vez que la estrechaba contra mi cuerpo.

Gloria levantó  la cabeza y me miró a los ojos  que también estaban llorosos

– ¡No te preocupes! –me indicó.

La cara de Gloria se iluminó, volvía a centellear la luz de la vida en sus ojos. Era una expresión de total desafío hacía su propio dolor.
La besé en la boca por primera vez, y sonriendo le comenté,         – ¿Quieres que nos veamos mañana?

–Sí, –señaló Gloria sin meditarlo.

–Te llevaré a donde tengo el estudio al aire libre.

–Sí, amor mío, es lo que más deseo en estos momentos.

–Mañana nos vemos en el puerto a media mañana.

Una voz desde dentro de la casa cada vez se sentía con más fuerza, –Gloria, entra y prepara la cena si quieres cenar.

– ¡No volveré a llorar! –Indicó Gloria envuelta en una extraña serenidad– le diré a mi hermano que salga y hablas con él, para que os despidáis.

Gloria entró en la casa y dejó la puerta abierta. Yo la observaba como su figura se iba alejando  en el pasillo camino de la cocina. Al poco rato llegó Pepe.

–Las pruebas de la vida, –indicó Pepe esbozando una amplia sonrisa.

– ¡Demasiado duras!

–Son necesarias las corporales para el progreso interior, –indicó Pepe en total serenidad.

–Mañana pasaré el día con tu hermana, cuando ella regrese a casa ya me abre ido de la ciudad.

Pepe volvió a esbozar una sonrisa, me abrazo y me dijo, –Gracias, que seáis felices.

–Retrasaré unas horas mi viaje para estar con tu hermana.

–Mi hermana interiormente es muy bella, la vida corporal y su prueba humana la está haciendo sufrir demasiado, –con voz dudosa y de preocupación señaló–. ¡No sé si lo resistirá!, Por ello quiero ampliar estudios en el campo psíquico para poderla ayudar.

–Lo comprendo, es la misma confusión que hay en mi interior. 

–Piensa en lo que te dije, –me indicó Pepe.

Nos dimos la mano, luego nos volvimos a  abrazar. Ya no hubo una sola palabra más, cada uno siguió su camino.

Un tanto confuso,  nervioso bajé las escaleras  de la rígida casa señorial, atravesé la entrada  y traspasé la gruesa puerta de madera de roble en donde había un picaporte fundido en bronce.

Ya en la calle me quedé parado sin saber el rumbo que tomar. Giré la cabeza para dar la última ojeada a la puerta y volví a ver la placa de mármol con letras doradas que la gente le dedicaba al juez, con cariño.

Cerré los ojos y levanté la cabeza como en un desafío a la vida, a la vez apreté con fuerza los puños. Entré en una profunda meditación que me confortó. Comprendía la grandeza de Pepe y de Gloria que nunca me habían hablado de la familia, que era de clase noble y acomodada, muy querida en la ciudad. Por unos momentos en mi mente se formó como una pantalla virtual en donde se manifestaban pasajes de la vida del juez muy poco favorables, envueltos por engaños y traiciones.

Todavía el sol bañaba con su luz dorada la parte alta de algunos edificios. A lo lejos estaba el sol, pero desde donde me encontraba no lo podía ver.

Sin rumbo fijo empecé a andar, mientras las sombras de la noche iban cubriendo la ciudad y las primeras luces de las farolas se empezaban a encender. Seguí andando y fui a parar al faro, me subí encima de una roca mirando al mar, mientras las lágrimas resbalaban por mi cara, estaba ausente, confuso.

Ya había anochecido y en la lejanía todavía se podía ver el resplandor anaranjado  del cielo, un rojizo azulado en donde acababa el agua que convertía aquella puesta de sol en un sentimiento de profunda añoranza.

Siempre me había gustado el mar, era como un vehículo que me trasportaba a desconocidas emociones, que con fuerza palpitaban en mi interior. Ya la noche cubría el horizonte y el cielo estaba lleno de estrellas, una luna llena que iluminaba el mar, las rocas. También las esculturas grabadas en ellas. El faro con sus intermitencias lanzaba ráfagas de luz sobre el sereno y oscurecido mar.

Me senté al lado del torso de la adolescente que había esculpido  antes de conocer a Gloria – ¡Cómo se le parece!–, pensé.

Por unos momentos recordé  la sonrisa de Pepe y de sus palabras, –nada sucede al azar, todo obedece a una ley que a los humanos tanto nos cuesta asimilar.

Sentí frío y bajó a la parte baja del acantilado en donde había una cueva muy profunda que utilizaba cuando llovía, allí hacía los bocetos en barro y los dibujos para hacer las grandes esculturas en las rocas. Había hablado con los viejos marineros y me habían indicado que nadie que no fuese del mar conocía aquellas cuevas, que eran del tiempo de los romanos de cuando habían hecho el faro. También, los pescadores me contaron acontecimientos relacionados con la guerra civil, tema que me preocupaba por el destrozo que había hecho.

En la cueva tenía un poco de leña e hice una hoguera para calentarme. Me sentía mal y no tenía ganas de regresar al cuartel ni ver a nadie y pensé en pasar la noche allí yo sólo. A la luz de la hoguera esbocé unos dibujos de Gloria, Me sentía fatigado, cansado, me fui a un rincón de la cueva donde había un poco de paja y llegaba el calor de la hoguera. Me recosté contra la pared de piedra y con el pensamiento puesto en Gloria me adormecí.

Dormí profundamente, me despertó la luz de un nuevo día. Un sol tímido y lagañoso se asomaba por la lejanía, enfrente de donde veía aquellas hermosas puestas de sol. Con el agua del mar me lavé la cara para despejarme, subí a la parte alta del acantilado y durante un rato estuve contemplando el mar.

En la lejanía se veían las frágiles barcas de los pescadores que regresaban a puerto con las primeras luces del día cargadas con la pesca que habían conseguido por la noche. Era gente muy pobre que disponía de lo más elemental para ganarse la vida. Eran momentos muy tristes, la guerra civil había dejado pobreza y desolación, solamente una minoría que se había puesto en el momento oportuno  al lado de los triunfadores vivían envueltos en abundancia.

La diferencia en el tejido social en la nación era grande. Él ejército el clero y el capital formaba una alianza de poder contra la cual no se podía luchar. La mayoría de los intelectuales habían sido fusilados y los más afortunados se habían tenido que marchar al exilio, dando prestigio y conocimiento a otros países.

Pepe nunca me había hablado de política, ello me abría nuevas puertas de conocimiento en mi conciencia, un nuevo orden de valores iba tomando fuerza en mi interior, tenía 22 años y me consideraba viejo, cansado. Me dejaba arrastrar por el impulso de los sentidos para liberar carga, dejando que las fuerzas interiores germinadoras de todos los cambios se manifestaran libremente.

La gruesa niebla de la mañana se había ido difuminando y el sol invernal había cogido fuerza dando un agradable calor. Por la situación del sol comprendía que tenía el tiempo justo para ver a Gloria que me esperaba en el puerto –ello lo deseaba por encima de todo– antes tenía que ir al cuartel a ver el capitán y recoger el permiso y mis cosas personales.

De espaldas al faro baje la carretera y pronto llegué al cuartel,

– ¿sabes dónde está el capitán? –le pregunté al centinela.

–Está en su despacho, pienso. Ya vino.

Atravesé el pasillo y subí las escaleras hasta llegar al despacho del capitán, y llamé a la puerta.

–Adelante, –indicó la voz del capitán.

Le saludé militarmente, y guardé silencio.

–Te felicito por el trabajo de los relieves que has hecho para el coronel, –me indicó el capitán a la vez que me estrechaba la mano.

–Abrió una carpeta que tenía encima de la mesa, –el permiso para que té ausentes del cuartel, te tienes que presentar en el gobierno militar cuando llegues a esa ciudad, allí te esperan.

Cogí aquél papel que me permitía marchar del cuartel, el permiso estaba firmado por el coronel. Comprendí que toda la fuerza y el poder de las estrellas no le dieron fuerza ni valor moral para entregarme aquél papel que me permitía marchar del cuartel. Una burlona sonrisa corría por mi  interior  recordaba cuando le había dicho al coronel, –recurrirán a alguien superior que usted en rango y tendrá que obedecer. Así fue, el obispado recurrió al gobernador militar. Ya sabía que tendría que seguir trabajando gratis, en bien del alzamiento nacional

–Té queda un buen futuro, –me dijo el capitán a la vez que me alargaba la mano.

–Gracias por la atención recibida, –le indiqué a la vez que le daba la mano.

Ya con la autorización de dejar el cuartel entré en la compañía, recogió mis cosas personales. Miré a mi alrededor vi algunos compañeros y me despidió de ellos. Sin mirar para atrás atravesé el pasillo  el patio de armas y dejé el cuartel a mis espaldas.

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Sonata de amor iba a ser una hermosa y dolorosa sinfonía que iba a atravesar mi alma en estos 55 años transcurridos. Las indicaciones de mi amigo iban a ser determinantes en el desarrollo de mi vida que, como bien me indicaba, me llevarían al doloroso desarrollo de mi mediúmnidad, en mi lucha para evitarlo.
En gratitud, ya en mi vejez corporal, elevo un pensamiento de amor y deposito esta vivencia en, los caminos de la vida.
                               Manolo



              

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