martes, 1 de febrero de 2011

EL REPUBLICANO

                      

                                                      El republicano.         

                                                                14
Las cartas y los poemas de Candi me envolvían en una realidad que ya en el fondo de mi sentir me parecía el haberlas vivido, la sentía en mis carnes y arañaba mi joven corazón. Todo perdía dimensión frente al flujo trasmisor de emociones y pensamientos que continuamente me llegaban de día y de noche desde que había conocido a Gloria, meses atrás. También, desde que Pepe me hablaba  de aquellas cosas paranormales que yo desconocía pero me sonaban en mi interior con resonancias conocidas a pesar que deseaba no escuchar.
En mi corazón  cada vez despertaba con más fuerza mi ideal artístico. También, una obligación moral política de lucha en bien de una democracia y de unos derechos humanos. Los recuerdos trágicos de la guerra civil en los primeros años de mi vida habían grabado a fuego en mi corazón una fuerte rabia y rebeldía, todo aquello, había condicionado mi vida y mi sentir. Mi  niñez, adolescencia, y en aquellos momentos mi juventud. En mi interior había quedado un fondo de tristeza y amargura de muchos acontecimientos vividos que seguían como grabados a fuego en mi triste alma. Cada vez cogían más fuerza las palabras del republicano que tanto me estaban ayudando al recordarlas.
–No hay progreso sin conocimiento que lleve al hombre a los caminos de la libertad y de la justicia. La justicia que suena en el corazón, no las leyes que hace el hombre para protegerse y envolverse en poder y establecer un control.
En mi corazón  seguían sonando los disparos que en aquella hermosa mañana de sol los falangistas descargaban sobre el cuerpo inválido del  republicano que rodeado de niños trataba de enseñarles valores morales de conocimiento y libertad, como armas de lucha para un desarrollo de progreso.
En la guerra civil había hecho el servicio  voluntario en la zona republicana. Era médico, y le tocó un hospital de campaña en el frente. En un tiroteo, una bala dejó mal herido a un soldado en un fuego cruzado. El republicano enseguida cogió su maletín de urgencias y con el distintivo indicador de servicios salió a dar ayuda.
Él sabía que era un falangista el que estaba herido, que daba gritos de dolor. Aquello a él no le importaba, no había ido a la guerra a defender unas ideas su misión como médico era dar ayuda a quien la necesitara fuese del bando que fuesen. Cuando llegó a donde estaba el herido unas ráfagas de metralleta sonaron y hicieron rodar por el suelo al republicano, compañeros del hospital de campaña enseguida fueron a darle ayuda, allí estaba en el suelo  con su maletín abierto ensangrentado y sin conciencia.
Pasaron unos días hasta que tuvo conciencia  sobre la situación en que se encontraba, le habían imputado una pierna y estaba ciego. Una bala le había atravesado un ojo, se recuperó, ya no podía continuar con su trabajo de médico y regresó a su casa con una invalidez total.
Aquella mañana el republicano estaba sentado en la puerta de su casa, inválido y ciego, rodeado de niños hablando de sus viajes y sus historias. Había viajado por todo el mundo como médico en un trasatlántico y tenía anécdotas y cuentos que a los niños tanto nos gustaban. Intentaba el hacer llegar al corazón de los niños una enseñanza de moral y respecto en bien de la justicia la caridad y el conocimiento de fraternidad dentro de unos valores humanos y de libertad.
Era un filósofo de la vida, su mensaje de ayuda le había llevado a los campos de batalla, como médico. Para dar ayuda a quien la necesitase fuese del bando que fuese. A pesar de la invalidez en que había quedado su cuerpo era un manantial de vida y de fuerza. Su ceguera física le había llevado a desarrollar otros sentidos, como el oído olfato y la clarividencia. También un instinto especial que le ayudaba a ver y presentir acontecimientos o acercamientos de personas.
Aquella mañana se sintieron voces, por instinto el republicano con sus manos separó los niños que estábamos en su entorno, –algo intuía–. Un grupo de jóvenes falangistas con sus pistolas en el cinto se pusieron delante, surgió un profundo silencio…
–Una sonrisa llena de amargura esbozó el republicano escondida entre su larga barba, –ese no es el buen camino a seguir, sois jóvenes y esto cambiara. No depositéis más dolor y amargura en vuestras conciencias–, les dijo. Él sabía que lo estaban buscando.
Dos de los más jóvenes dieron un paso adelante. Yo que era un niño de corta edad intuí la idea de los falangistas y dado el aprecio que le tenía al republicano me puse delante. A su lado había aprendido las mejores enseñanzas positivas y morales. –Cobardes–, le llamé a aquellos jóvenes.
– ¡Sí!, –dijo uno de los falangistas.
Los dos más pequeños echaron manos a las pistolas y dispararon al republicano. Su  instinto –ya tardío– fue separarme de su lado, que de la reacción me había caído al suelo inconsciente.
–Abatido por los disparos el republicano se cayó al suelo encima mía, y, allí herido de muerte tuvo sus últimas palabras, – ¡cuánta piedad necesita el corazón del hombre!
– ¡Cabrón, tu ya no hablas más!, –dijo el mayor de los falangistas a la vez que le escupía en la cara.
Pasaron días hasta que me pude normalizar, aquella situación que había vivido en mi niñez me había activado en lo más profundo de mi ser una verdad de justicia que me llevaba a trabajar con los medios que tenía en aquella línea que me había enseñado el republicano.
Sabía que tenía una deuda con aquél hombre y con todos los hombres que luchaban desinteresadamente y de manera altruista en bien del progreso  de la humanidad. Cuando ya era un adolescente y mi prestigio como escultor ya abría puertas comprendía que era el momento apropiado y estaba preparado para elevar mi protesta en la  memoria del republicano simbolizada en un dolor común.
Hice un busto en piedra en donde expresaba la angustia del hombre, que titulé “el dolor universal”. Mandé el busto a una exposición, quería que la imagen del republicano y las injusticias cometidas saltase a la prensa como homenaje a una justicia moral a la cual me sentía obligado a defender. En la exposición conseguí un premio y su diploma acreditativo. La escultura fue a parar a un museo. Allí quedaba como enseñanza para las nuevas generaciones la imagen de un hombre bueno y luchador.
Con ello, con mi arte elevaba mi protesta en bien de todos los libres pensadores que son perseguidos y anulados. En contra de toda dictadura y por una verdad de justicia y de amor.
El llanto de la injusticia y su lucha estaba en mi joven corazón que me empujaba a trabajar sin descanso en bien de un nuevo orden social y de la propia autodeterminación. Con ello, quería manifestar a través de mi arte mi más profunda  protesta. 

No fue mi arte el que me llevo por los caminos de la vida  al desarrollo de aquella verdad que con fuerza iba germinando en mi alma. No pasaron muchos años en que de manera rotunda se manifestaban aquellas indicaciones que tanto me había indicado mi amigo Pepe y que yo deseaba no escuchar. En contra de mi voluntad fui arrastrado a la mediúmnidad y tuve que cumplir con esa mi misión que yo no deseaba. Una tarde en una sesión para hacer caridad espiritual entre en trance y se manifestó el republicano, surgió un clamor profundo en toda la gente del grupo. Ya en mi país había entrado la democracia y los espiritistas no nos teníamos que esconder para hacer una entrega de caridad. Fue un momento intenso, profundo, que ponía calor en mi alma.
Tenía 17 años cuando esculpí la escultura, por lo tanto, han pasado 60 años, estamos en enero de 2011 y quiero elevar un pensamiento de amor a aquél hombre que en mi más tierna niñez me hizo sentir y comprender la vida de una manera especial abriendo senderos de esperanza en lo más profundo de mi alma que me ayudaron a llevar con más resignación esa luchas ingratas de los hombres por mantener un poder temporal, un liderazgo en donde imponer un dominio en el desarrollo  humano. 
     Manolo. 
 




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