martes, 28 de septiembre de 2010

11 LA MENDIGA


                                             
                                    11.       La mendiga.


El descender en nuestro status humano redime al alma y la libera de la fuerte carga que nos arrastra a la materialidad, para hacer la transformación a través del dolor humano en el laboratorio experimental terrestre. Un pensamiento de amor le dedico a esta hermana mendiga que en un hermoso día de verano la encontré en una calle de la ciudad en que vivo.
Que “los caminos de la vida” sea el filtro depurador de todos los hermanos que en nuestra esfera terrestre desean dar un paso más en la liberación de su espíritu.

Estaba radiante, hermosa. Candi llevaba una camisa blanca, trasparente, que hacía resaltar el color tostado de su piel produciendo un hermoso contraste enmarcado dentro de su larga melena que brillaba como la luz del sol. En sus manos llevaba un libro que acababa de comprar. 
–Toma, este libro lo compre para ti, mientras te esperaba, para que lo leas en mi ausencia y me recuerdes.
– “El cachorro”
–Sí, es hermoso, un premio Pulitzer, me gusta su contenido literario y la sensibilidad con que trata el tema.
Candi, tenía ganas de andar y dimos un paseo por la parte vieja de la ciudad. En una esquina había una mujer que pedía limosna, con un niño pequeño ciego en el brazo. A Candi le impresionó la imagen, sacó unas monedas de su cartera y se las puso en la bandeja de la mendiga, con la mano le acaricio la cara con un gesto de  ternura. La mujer levantó la cabeza y se quedó estática con su triste mirada, por sus ojos empezaron a brotar unas lágrimas que iban resbalando por su cara y cayendo encima del niño ciego que tenía en sus brazos.
     Con una sonrisa llena de sentimiento y tristeza le dijo a Candi. –Bendita sea señorita, que el Señor con toda su generosidad la recompense en su caridad y amor.
Yo que contemplaba la escena me inunde de emoción y las lágrimas me saltaron a los ojos. Candi, con una emoción mantenida le dijo a la mendiga, – ¿Me  permite besar el niño y cogerlo en mis brazos?
La mendiga, miro a Candi con admiración, y, con una emoción contenida y llena de entereza le dijo. – ¡La va a manchar señorita!  Es usted hermosa y caritativa. De manera mecánica y sin palabras le puso el niño en los brazos de Candi. Al cogerlo, lo apretó contra su pecho, lo besó con infinita ternura, lo acarició y le hablo al niño. Hubo un momento de completo silencio.
La mujer emocionada señaló, –su madre está en un centro de recuperación, la droga la atrapó y yo me tuve que hacer cargo del niño, las autoridades lo querían dar en adopción y nadie quería un niño ciego hijo de una drogadicta. Por otra parte –continuaba la mujer yo tengo una deuda muy grande con mi hija que solamente tiene 25, años. Tengo que limpiar con mi sacrificio el daño que le hice  y sacar a éste bendito adelante. –Miró a Candi y le dijo–, se dará cuenta señorita que a pesar de su ceguera física producida por un mal trato, tiene un sentido especial de comunicación que se hace entender y lo comprende todo, como si lo viese, además, tiene una facultad especial y las personar que están a su lado se sienten bien. Una mujer me indicó que padecía una enfermedad no localizada por la ciencia médica, extraña. Se dio cuenta, luego, que al ir estando cerca del niño se iba normalizando, estos acontecimientos sucedieron varias veces, tiene una gracia especial curativa.
Yo, en mi juventud –continuo  la mendiga con cierta altivez era muy ambiciosa, hija única de unos nobles poderosos que con el cambio político de la guerra civil habían sido despojados de sus riquezas y de sus títulos de rancio abolengo. Mi pobre padre se suicidó y mi madre fue a parar a un manicomio en donde murió de soledad y angustia.
Mi padre era conde, era justo y humano. Siempre luchaba por las causas humanitarias y justas. Era poseedor de una gran intuición y me aconsejó que me hiciera maestra, para que si fuese necesario pudiese ejercer y ganarme el sustento. Yo hice lo que me pidió por la adoración que le tenía. Al acabar magisterio seguí estudiando. Estudié filosofía y letras haciendo el Doctorado en la Sorbona, También hice periodismo, seguía la línea de mi padre en la justicia social en aquél momento de cambios, fijé mi residencia en Paris, ardía en mi interior un fuego que me devoraba y estaba en contra de todo  lo establecido, el poder fascista se imponía. En aquellos tiempos, las nuevas ideas arrastraban a los jóvenes libertarios a formar grupos revolucionarios, estaba cambiando el rumbo de las cosas. El proletariado pedía justicia y respecto. Por otra parte, el fascismo destruía todo lo que se le ponía por delante, combatía y quería dominar.
     Un nuevo movimiento cultural se manifestaba en medio de aquellas manifestaciones paramilitares y callejeras. Un movimiento que salía de las universidades y en él se agrupaba la intelectualidad del momento, en Paris, en apoyo a la resistencia Francesa. En el grupo, había filósofos, pintores, escultores, artistas, intelectuales en general, obreros. Se hablaba de unos derechos interiores existenciales y de la liberación de la conciencia. Era el inicio de un movimiento existencialista que definía y luchaba por los valores personales de Ser. Las plumas más prestigiosas en los periódicos más liberales hablaban de un nuevo orden.
     Un día, por la mañana, en la prensa, veo las fotos de mis padres, les habían expropiado de todas sus riquezas, de todo lo que les rodeaba que durante siglos les había pertenecido por justicia y ley. Aquello que estaba leyendo me produjo un fuerte impacto, un frió estremecedor corría por todo mi cuerpo. Pienso que perdí la conciencia, dos días después me encuentro en los Campos Elíseos, en un jardín, arrinconada debajo de un árbol. Estaba  mojada y tenía el periódico descolorido y en pedazos entre mis manos. Sentí frió, titiritaba a pesar del enorme calor que hacía, noté que tenía fiebre.
    La gente pasaba por la gran avenida, me miraban, movían la cabeza y se separaban al llegar a mi altura, algunos decía. ¡Cómo está! Otros.  ¡Debían sacar esta carroña de las calles!
    En aquellos momentos tuve como una alucinación y me pareció ver y sentir a mi padre, estaba envuelto en una enorme serenidad –y me dijo–, no te preocupes hija mía. Dios es generoso y siempre nos recompensa, la verdadera vida está fuera de todos los egoísmos materiales. Envuelto por una expresión de bondad desapareció su imagen. Pensé que era una imagen generada por mi mente delirante, fruto de la fiebre y de mi ansiedad.
    Algo había cambiado en mi interior y sentí cierta serenidad, seguida de una fuerte reacción de contrariedades. En un instante mi corazón se encontró atrapado por una extraña y desconocida para mí sensación, entre rabia y resentimiento. De manera automática me levanté del suelo, tuvo que ser una reacción muy violenta, mucha gente que pasaba por allí se echo a correr, miraban para atrás por si los perseguía. Todo había cambiado para mí, entraba en un oscuro y desconocido estado que yo no podía controlar. Di unos pasos hasta el centro de aquella gran avenida, sentí el pitido de los coches, pero no los veía. En el centro de la gran avenida levanté los brazos, apreté los puños hasta clavar las uñas en la palma de mis manos. En medio de aquel estado de insensibilidad que me encontraba quería sentir mi propio dolor. Luego, con todas las pocas  fuerzas que me quedaban dije una sola palabra. ¡No!
Al cabo de unos días me encuentro en un hospital para vagabundos, conectada a una máquina. Una enfermera, rellena, cara redonda y ojos grandes me decía. – ¡Vive de milagro señorita!
Me contó lo que había sucedido, me indicó que una vez que volviese a la conciencia allí no podía estar más de 48 horas, que era el tiempo que le podían dar cobijo a los indigentes, cuando ya se pudiesen valer por su cuenta.
    Me cogió las manos y sus ojos negros me miraron fijamente llenos de ternura, en unos momentos sentí un profundo consuelo y cariño, y de mis ojos brotaron unas tímidas lágrimas y mi boca esbozo una amarga sonrisa.
     Mientras, la enfermera sin quitarme de encima sus negros ojos que parecían de azabache  me decía–, hoy tienes que marchar. Si quieres, puedes venir a mi casa hasta que te repongas, luego puedes seguir tu camino. Yo vivo sola, soy pobre, pero te ofrezco lo poco que tengo.
La emoción me hizo temblar y besé con fuerza las manos de aquella desconocida mujer que hablaba mi mismo idioma.
    Fui a su casa, era una zona pobre de Paris y allí me repuse. Al pasar un par de días ya me encontraba con fuerzas y me fui al hotel en donde paraba. Aquella misma tarde salí a visitar unos amigos, y al anochecer pasé por el café en donde nos reuníamos los intelectuales y bohemios. Allí en aquellos momentos me encontré con Paul Sartre, y otros intelectuales que trabajaban en el nuevo movimiento existencialista. Allí estaba Picasso  y otros artistas. También, un redactor de un periódico sensacionalista. Estaba a favor de la resistencia Francesa, le conté mi situación, y me dijo que era la persona que necesitaban y me dio una columna diaria.
     Al día siguiente llevaba mi primer artículo, era una protesta por las vejaciones a que había sido sometida, elevaba mi voz en contra del sistema sanitario Francés.
    El director al ver el artículo me indicó, –esto es lo que yo quiero, un enfrentamiento frontal sobre la corrupción del poder.
A los pocos días me llegaban amenazas, ciertos sectores del estado se sentían incómodos, aquello me dio mucha fuerza en el deterioro moral en que me encontraba. Mi vida se endureció, todas las horas que podía las dedicaba a la causa existencial que se desarrollaba dentro de una línea anarquista, revolucionaría. Ya nada me hacía temblar. Solamente tenía 30 años,  y ya me consideraba vieja.
   En las barricadas estaba en primera fila, apoyaba a la resistencia Francesa, y me acercaba a mis compatriotas para darles animo, para detener la cruel envestida de los Nazis.
   A los pocos días, al llegar al hotel, ya atardecía. El conserje me dice que una chica me esperaba y me hizo una señal hacía ella. Allí en la sombra, en un rincón vi brillar unos ojos negros. ¡Era la enfermera que me había ayudado y me acerqué a ella! Me abrazó llorando. Iba despeinada y mal vestida. Le pedí que se serenara y la llevé a mi habitación. Me contó que sus padres eran emigrantes y su madre judía. La noche anterior habían dado una batida un grupo de paramilitares, habían hecho destrozos y matado a un hombre que les había plantado cara. Llorando me comentaba que, –con los nazis me encuentro perdida.
    La consolé, le preparé el baño y pedí cena para dos, y una habitación al lado de la mía. Al salir del baño le indiqué que se quedaría en el hotel conmigo y que yo correría con todos los gastos. Me miro a los ojos, bajo la cabeza, se arrodilló a mis pies y llorando desoladamente me besaba por todas partes. La senté en un diván que había en mi habitación, le dije que yo tenía una gran deuda con ella que sin conocerme me había ofrecido su casa.
 Aquella noche no dormimos, estuvimos hablando. Había leído en la prensa diaria mis artículos y le interesaba la causa. Fue mi compañera y amiga, en los pocos días que estuvimos juntas. Como enfermera ayudaba a un grupo de médicos que se definían “Médicos sin fronteras”, luchaban por la libertad y por una medicina gratuita. Yo me quedé como corresponsal de guerra con los grupos de las brigadas internacionales que formaban la resistencia. La mayoría eran patriotas republicanos que habían tenido que huir del país al ganar la guerra los militares. Mi amiga se quedó a mí alrededor  para asistir a los heridos y ayudarme en lo que pudiese.
    Pasaron unos días y noto como náuseas y mareos, no me viene la menstruación. – ¿Qué me pasa? –le pregunto a mi amiga  enfermera.
–Estás embarazada, –me dijo con una expresión de profunda ternura.
Yo no recordaba nada, además, no había tenido sexualidad con ningún hombre. Mi amiga me dice que cuando me habían recogido en los Campos Elíseos, en la revisión notaron que había sido violado. Me sentí atrapada, por encima de todo iba a continuar mi lucha por la justicia y la libertad.
    El fuego mordía muy fuerte mi alma, decidí volver a mi país para visitar la tumba de mi padre y ver a mi madre en el manicomio. Luego, reclamar lo que me pertenecía desde siglos atrás, por ley y justicia… Volver a la lucha, hasta que naciera mi hijo, quería para él un mundo mejor.
    Ya, en mi país había acabado la guerra civil, el poder estaba en la mano de los militares. Fui a ver el gobernador que era falangista, presenté mis credenciales. También mi documentación como corresponsal de guerra en las brigadas internacionales.
     El hombre muy atento me hizo sentar, era un hombre alto, delgado, de mediana edad, con bigotes. Sentado en su sillón se quedo mirándome sin decir ni una sola palabra. Tocó un timbre y entraron dos policías militares. Me detuvieron, no hubo juicio, me condenaron a muerte por comunista y hacer periodismo subversivo en contra del estado. Según determinó el gobernador.
     Mi nombre pesaba, mi familia era de la nobleza y esto saltó a los medios de comunicación y a  la prensa, con la ayuda de mis colegas internacionales me perdonaron la pena de muerte y me pusieron una condena de 20 años de cárcel. Mi hija nació en prisión y pasó a un hospicio, perdí todo contacto con ella.
    Cuando salí de la cárcel lo primero que hice fue buscar a mi hija, cuando la pude encontrar ya era tarde. Me dejó el niño para que se lo cuidase, le estorbaba para la vida que llevaba, y en una redada la policía la detuvo. Ahora está en la cárcel.
   Levantó la cabeza y señalo con la mano hacía un edificio. Era un edificio del siglo trece, del final del gótico, construido en cantería finamente tallada, había un gran letrero en la puerta que decía, “colegio mayor de la divina luz”, y señaló. –Esa  casa palacio fue donde yo he nacido, era de mis padres. Se quedó mirando con la cabeza  alta, –estaba como en un vacío–. Ya no había resentimiento ni rabia en su mirada, el dolor y la injusticia humana habían limpiado su espíritu. Su nieto ciego era el mayor tesoro de su vida, fruto del despiadado proceder del hombre.
   Se sienten voces y se acercan dos policías con las porras en la mano, una se acerca a la desdichada mujer, sin tocarla. Alargó su mano enseñando la porra, y le dice, –ya te hemos dicho que está prohibida la mendicidad, lárgate. Si sigues aquí te llevaremos a la comisaría.
     Candi y yo que habíamos escuchado con atención y completo silencio los relatos de la vida de aquella mujer, tuvimos para ella unas palabras de consuelo. Candi, que todavía tenía el niño en sus brazos lo abrazó muy fuerte contra su pecho y se lo dio a su abuela, sin decir una sola palabra. La mujer lo cogió en sus brazos, lo acarició y le dio una galleta que sacó de su bolsillo; miró a Candi con mucha serenidad,  y le dijo. –es un niño muy bueno.
    Candi  se giro para que la mujer no la viese, sacó su cartera del bolso y todo el dinero que llevaba lo puso en el puño cerrándolo para que no se viese. Se volvió para la mujer, la besó. Sin que se diese cuenta le puso en su bolsillo todo el dinero que llevaba. Hubo una expresión de profundo agradecimiento en los ojos de aquella desdichada, pero feliz ser. –Y señaló–, el bien siempre tiene su compensación.  Qué Dios los proteja.
Se marchó caminando muy lentamente. Candi, se había quedado como petrificada al escuchar a aquella mujer, luego miraba fijamente su lento caminar. Se giró y miró a mis ojos, le saltaron las lágrimas. Me abrazó, estaba envuelta en llanto, y me preguntó, – ¿por qué existe tanto sufrimiento en la vida? A mí también me había impresionado el relato de aquella mujer. Traté de serenarla, había entrado en una fuerte emotividad.
En mi interior se manifestaba la inquietud, había algo en mi ser que se identificaba con aquella mujer, y por unos momentos estuve recordando mi época de estudiante de arte, en Francia, mi lucha contra la dictadura militar en apoyo a los exiliados en bien de la libertad, en la lucha que mantenían. Por unos momentos recordé al viejo republicano, aquel atardecer que les contaba sus historias de la guerra a los niños interpretándolo como cuentos infantiles, a mí me había enseñado a luchar por la libertad, la razón y la justicia.
     Candi ya había reaccionado, se había serenado y al verme tan profundamente meditando me abrazó, y con una media sonrisa me dijo. – ¡Te va a caer el libro de la mano! Reaccioné rápidamente y le eché un vistazo al libro  que me lo había dado aquella misma mañana, unas horas antes.
    Era tarde, y en silencio seguimos el camino, ya no hubo ni un solo comentario más sobre aquella desdichada mujer.


Hace mucho tiempo que he tenido esta vivencia, en los caminos de mi vida. Una hermosa enseñanza dichos apuntes escritos habían permanecido cerca medio siglo cubiertos  por el polvo del tiempo. No, el fuerte impacto producida en la sensibilidad de Candi y en la mía, que nos llevó con el paso piadoso del tiempo a positivas conclusiones.
Personalmente, no he vuelto a ver a aquella mujer mendigando en aquél lugar. Pero, sí, la sentí con fuerza en muchos momentos envuelta en un esplendor de luz, con un gesto de profunda gratitud, aumentando su influencia en esta primavera
En compensación a su sufrimiento en la prueba terrena, elevo un pensamiento de amor y cariño, y deposito, este relato en, “los caminos de la vida”. Con fecha, 28-9-10. Como enseñanza viva de la depuración de las pruebas en el laboratorio experimental de la vida terrena.   Manolo
    
   

                                          
                                                    

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