jueves, 23 de septiembre de 2010

8 El relojero Celeste

 8   El relojero Celeste
Vivencias en, los caminos de la vida


El Relojero. Aquella tarde me encontraba confuso y un poco cargado, subí a mi estudio para tratar de relajarme y ordenar pensamientos que sueltos saltaban por mi interior sin orden ni control. Me dejé caer en mi hamaca y cerré los ojos, sentí una fuerte reacción de frío y un peso en todo el cuerpo como si las paredes de mi estudio se hubiesen abalanzado en mis espaldas presionando muy fuerte mi cuerpo, una sensación de asfixia cortaba mi respiración.
Me levanté de la hamaca un tanto confuso, hice unas respiraciones profundas, me faltaba aire y salí al patio, sentí la necesidad de renovar atmósferas y sin ideas concretas salí al exterior. Necesitaba aire fresco y pensé dar un paseo hasta el bosque, puse el coche en marcha y partí. No tenía una idea clara, me sentía confuso y decaído y sentía la necesidad de ver la puesta de sol para estimular mi ánimo. Subí hasta la cima de Montserrat, cuando llegué allí ya atardecía, entré en el monasterio me senté en un banco y hice una elevación, sentí una fuerte reacción en mi interior que me vitalizó y reconfortó.
Ya en el exterior, me senté en un banco bajo una arcada de piedra, desde allí vía una amplia extensión de terreno, montes lejanos, pueblos, carreteras y un río, que a aquella hora de la tarde le daba un encanto y colorido especial. También contemplaba una impresionante puesta de sol, sobrecogido por la emoción y con la vista perdida en el infinito terrestre anochecía. Levanté la cabeza y quedé contemplando la bóveda celeste, admirando el brillo de las estrellas y su esplendor. Unos reflejos luminosos que se desplazaban hacia la tierra. La inmensidad y la armonía que preside el universo con el desarrollo matemático de un reloj perfecto. Con una sonrisa más ingenua que burlona me imaginé ante tanta grandiosidad y orden que debía existir un relojero que ordenara aquél equilibrio. Un relojero divino cuyas leyes rigen minuciosamente los movimientos de la mecánica celeste. ¡Esa inteligencia y orden supremo que nuestro cerebro humano es incapaz de captar! Que está rígido por un orden exacto, eterno, pero muy lejano a nuestro conocimiento humano que, en momentos, por instintos y por impulsos inconscientes alcanzamos.
Frente a tanta inmensidad pensaba que tenía que existir un plan de evolución para cada uno de aquellos mundos que podía ver con mis ojos físicos, y por muy insignificantes que seamos los humanos, a un más pequeños que un átomo en relación con la inmensidad cósmica formamos parte de su evolución y estamos integrados en su desarrollo y en un todo. En un encadenamiento de causa y efecto en donde lo más pequeño tiene tanta importancia y valor como lo más grande por formar el desarrollo de un conjunto determinado por las leyes que se escapaban de mi conocimiento y capacidad humana.
Es inconcebible un ser humano capaz de obstaculizar o hacer fracasar la marcha de nuestro planeta o de todo el universo, por un acto individual o colectivo que escapase al control del “Relojero creador” y que, ya de antemano no hubiese sido previsto por él.



Con la mente perdida en las grandes dimensiones estelares y sintiendo un extraño fluir por aquellas radiaciones de luz que llegaban a la tierra me había olvidado de mi realidad consciente y de mi cuerpo que estaba allí amontonado en aquél banco de piedra llena de frío que, la baja temperatura de la noche se hacía sentir con fuerza en aquella zona alta.
Al tomar conciencia de mi cuerpo físico sentí un fuerte escalofrío, me levante de donde estaba sentado y di unos pasos, luego hice unas respiraciones profundas para coger fuerzas y dinamismo y envolverme de aquella energía que llegaba a la tierra. Al intentar andar sentí las piernas adormecidas y los músculos agarrotados, por unos momentos me hizo recordar por su similitud la salida de los test espirituales que me hacía Amalia para introducirme en los estados de trance, en mi regreso a la realidad consciente.
Ya en mi normalidad de conciencia asombrado por la bella enseñanza que había tenido al contemplar aquella deslumbrante puesta de sol que me llevó a un estado profundo de mi sentir, fui a donde había dejado el coche, lo puse en marcha pise el pedal del gas y cogí el camino que me devolvería a mi morada humana.
Aquella noche, ya en la soledad de mi estudio tuve una profunda meditación que me dio claridad sobre mi situación interior, y el desarrollo de una mediúmnidad que tanto me estaba costando aceptar.
Manolo

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