miércoles, 26 de enero de 2011

LA LLAMA DEL AMOR

El amor mana de la fuente eterna, atraviesa cualquier barrera como la del tiempo y el espacio. Es llama viva continuadora en lo intemporal de las vidas.
                                              
                               La llama del amor
                                          
                                            13

          Habían pasados unos días sin salir del cuartel trabajando en la reproducción del cuadro de las lanzas, dado que me apremiaba dar fin y cumplir con otras misiones. El comentario que días atrás me había hecho Pepe después de nuestra última  encuentro me producía una profunda tristeza dada la situación emotiva de Gloria, una fuerte carga recaía en mi conciencia en la imposibilidad de materializar aquel amor que se desbordaba sin límites ni barreras. Las palabras de Pepe saltaban sin control en mi interior y me producían desasosiego. Aquél día…

          Al despedirnos Pepe atravesó una plazueleta y cogió a la derecha hasta llegar a su casa que estaba situada en la zona antigua de la ciudad y al abrir la gruesa puerta de madera del portal de su casa se paró. Atrapado por unas notas de piano que de manera mágica resonaban en el portal, era como el palpitar de un corazón enloquecido, de amante, que acababa de descubrir los secretos de la vida. Que, suelto el corazón galopaba sin límites por los amplios senderos de las emociones, de ese amor  que es vida, libertad, presencia. Que no puede ser retenido por la temporalidad humana ni prisionero de los intereses que como las notas del piano o los cantos del poeta se elevan en el espacio para fundirse en su inmensidad.
          Cerró la gruesa puerta de madera y sin hacer ruido  se sentó en un escalón de piedra, se apoyó en la pilastra que iniciaba el arranque. Encima había un candelabro forjado en hierro con una tenue luz que envolvía en penumbra el portal. Cerró los ojos y los brazos los apoyó sobre las rodillas, puso las palmas de las manos juntas y bajó un poco la cabeza, si moverse, en total silencio interior.
          –Nunca con anterioridad he sentido unas notas tan desgarradoras de piano como en estos momentos –pensó–. Le preocupaba aquél despertar de sentimientos en el corazón y la sensibilidad de su hermana dada la fragilidad de su soporte material, un eco de eternidad trasmitían aquellas notas que armoniosamente resonaban en el portal y que ya para siempre quedarían grabadas en los registros de la vida.
          Había sentido muchas veces aquellas notas “era la sonata patética de Beethoven”, nunca le había producido  aquella intensa y viva emoción. Por unos momentos, Pepe pensó en Manolo, al sentir que en aquellas notas sonaba un contenido embriagador que los sentidos corporales no pueden encerrar.
          Durante largo rato estuvo allí sentado,  algo estaba surgiendo en su interior que le daba confianza al pensar que su amigo nunca haría sufrir a su hermana en su despertar como mujer, sensible y llena de deseo y con la inocencia de una niña.
          Con pensamientos un tanto paternalista se levantó del escalón en donde había estado sentado. Suavemente, como si estuviese tocando las armoniosas teclas de un piano fue subiendo escalón a escalón hasta llegar al rellano en donde se paró un instante. Abrió la puerta de la vivienda sin hacer ruido, las notas seguían revoloteando por el aire formando un ambiente embriagador.         
          ¡Es el amor! –Pensó Pepe que se sintió nostálgico. Las emociones   subían  en su corazón y los ojos se le humedecían, surgían dudas en su interior que por unos momentos le confundieron.
          Pronto reaccionó frente a aquellas emociones. Se consideraba un investigador psíquico y debía controlar todos sus sentimientos, tenía que ser fuerte para ayudar y proteger a su hermana.
           Atravesó el pasillo hasta llegar a la biblioteca en donde con una luz en penumbra estaba gloria tocando el piano. Se puso de pie a su lado. Al verlo, Gloria dejó de tocar.
          Pepe la beso, –sigue tocando– le indicó.
          ¡Ya no puedo!, –manifestó Gloria después de un profundo   silencio.
          Pepe la besó en la frente, con la mano derecha le retiró un mechón de pelo que le caía por la cara. Luego, cariñosamente le puso las manos en la cara le miró a los ojos y vio que estaba llorando, por su cara resbalaban unas lágrimas que Gloria intentaba ocultar.
          –Pepe esbozó una media sonrisa, –es por Manolo, ¿le quieres?
          –Gloria bajó la cabeza, llorando hizo un gesto afirmativo. Miró a los ojos de su hermano y le dijo. – ¡Sí, lo quiero!
          –Ven, –le indicó Pepe a la vez que le ponía un brazo por encima del hombro.
          Se desplazaron a otra habitación, era una sala en donde estaban los recuerdos  y cuadros familiares, un lugar agradable, colorista, íntimo. Allí estaba los  retratos de los antepasados y otras cosas personales.
          Se sentaron en un diván. Gloria lo hizo de manera tímida  puso los brazos cruzados sobre su pecho y bajó la cabeza, su oscuro pelo saltaba por su frente  y tapaba su dulce y delicada cara.
          Pepe la observaba, surgieron unos momentos de un profundo silencio. Se acercó al lado de Gloria para darle confianza y fuerza a aquél momento emotivo en el cual penetraba. Con ternura le retiró los pelos de la cara con la mano derecha, con la izquierda le levantó un poco la cabeza empujando suavemente hacía arriba. Un llanto dulce y silencio brotaba de los ojos de Gloria que todavía envolvía más su cara en una expresión de tierna y dolorosa fragancia.
          –Surgió un silencio, Gloria levantó la cabeza y miró a los ojos de Pepe, su mirada había cambiado y manifestaba un estado de fuerte ansiedad. Con voz rota pero dulce señaló, – ¡pensaba que te iba a acompañar Manolo!, Toda la tarde sentí un extraño nerviosismo y ansiedad  que me produjo tristeza, –con voz más meditativa señaló–. El piano me serenó, me llenó de esperanza. Quería, si te acompañaba  que sintiera en las notas del piano el impulso de mi amor. ¡Ésta locura mía de amor que por mis palabras nunca llegará a saber...!
          Durante largo rato Pepe estuvo hablando con su hermana, le contó lo que había sucedido por la tarde, la larga tertulia sentados en unas rocas al lado de mar. El paseo por el puerto y el atardecer, la puesta de sol, la noche. La luna en cuarto creciente con su luz difuminada por la brisa del mar. La merienda, el brindis a la amistad.
          Los negros ojos de Gloria se salían de las órbitas, su cara embobada por la emoción proyectaba una dulce y tierna sonrisa.
          –Pepe la observaba, se sentía feliz al ver aquella sonrisa de esperanza en su cara, la besó, tuvo un gesto de generosa comprensión, – ¿le quieres Mucho?–, le dijo.
          –Gloria le miró a los ojos con gesto abierto, sonriente y llena de fuerzas le dijo, – ¡sí!–. A su lado me siento protegida, fuerte, viva. Tengo confianza en él y me siento mujer en sus brazos, solamente el pensar en él me vitaliza. Sus palabras, toda su expresión hablan a mí alma. Por primera vez en mi vida siento viva mi materia, el deseo y el amor corren libres por todos los poros de mi cuerpo. Su ser, su simple presencia proyecta una fuerza que enloquece todos mis sentidos. Me hace sentir mujer y despierta en mi corazón el deseo de entregarme en cuerpo y alma en esa entrega sublime de la vida sin limitaciones ni reservas.
          Pepe la escuchaba envuelto en su media sonrisa pacificadora que siempre ponía en los momentos de tensión. Era un buscador de la verdad, creía en la misión de su alma. Aprender, conocer y poder llevar al sufrimiento humano un poco de consuelo.
          –Algo le hizo reflexionar, que no era aquél hombre que tenía en sus manos la alquimia de las leyes de la vida. Su filosofia y ciencia    quedaban cortados frente a la fuerza inconsciente del ser humano, y meditaba, –tengo mucho que aprender, incluso de Gloria, que siempre la he visto tan desvalida y triste, y en estos momentos se manifiesta con un fuerte potencial de energía y fuerza. Con poder de autodeterminación, capaz por amor de superar todas las barreras de la vida material impulsada por unos valores sublimes del espíritu.
          Le había cambiado la expresión a Pepe, estaba inquieto. Rebuscando en su interior en los rincones más ocultos de su mente un sentido, una lógica, algo racional en que situar aquél loco desbordamiento de su hermana,  que parecía invadirlo todo.
          Surgió un mutismo por parte de Pepe...
          –Gloria le cogió las manos, –las tienes muy frías–. Con sus manos se las apretó para darle calor, fuerza. Sonriente y con una expresión de ternura en los labios le dijo, – hermano, no te tortures interiormente. Tu misión en la vida está a través de la ciencia, la mía a través del espíritu.
          Pepe seguía confuso, en silencio. Mientras Gloria hablaba y hablaba.
          –Hace unos meses un compañero de universidad con el que tengo una gran amistad me dijo que me quería, que se había enamorado. Es un chico bueno y yo le tengo mucho aprecio y consideración. Un día me toco la cara con la mano y me quiso besar  en la boca. El chico me gusta. Pero, a pesar de ello sentí un rechazo. En mi interior surgió una repulsa  a todo acercamiento con los hombres por sus deseos banales de sexo y de placer material, nos desnudan con aquellos pensamientos que desean. Enseñan  sin pudor deseos que poseen. Miran solamente satisfacer sus más mundanas pasiones.
          –Un poco como saliendo del aprieto en que se encontraba. Pepe volvió a esbozar una sonrisa y mirando a los ojos de su hermana, le dijo. –Sois los dos iguales y vuestra misión en esta vida es llevar consuelo  y amor al sangrante dolor humano. Vosotros lleváis algodón y venda en vuestra sensibilidad para cicatrizar las heridas del alma. Vuestro amor no es de este mundo corporal, se une, funde y confunde entre las verdades del alma que la fragilidad de la materia en su temporalidad no tiene los elementos necesarios para que haga germinar sus semillas. Lejos del desarrollo material, ahí, sí. Es donde puede vivir vuestro amor, sin apegos ni ataduras no siendo la materia el vehículo que lo transporte.
          Un dulce silencio parecía bañar la sala en una desconocida fragancia de  dulzura y de esperaza. Un taconeo cada vez más cercano se hacía sentir resonando en el pasillo, marcando su acercamiento. A la vez que una voz de mujer de manera impositiva decía, ¡la cena está en la mesa!
          La silueta de la madre se dejo ver sobre el marco de la puerta, recortada por la fuerte luz que había en sus espaldas.
          –Sí, vamos, –indicó Pepe.
          –Se enfría, –indicó Mari con voz determinante.
          Se dio la vuelta y se empezó a sentir aquél taconeo anterior que se alejaba de la habitación en donde estaban los dos hermanos.
                                 1.955. Manolo

                    


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