viernes, 14 de enero de 2011

LA ACEPTACIÓN.

Hasta que no seáis capaces de aceptaros a vosotros mismos, como sois, tendréis las puertas cerradas a esa expansión que anheláis.
                               
                            La aceptación                              

                                            11

         Motivado con las indicaciones de mi amigo continué por el claustro hasta llegar a la compañía, allí tenía una nota para presentarse al capitán. También, la carta que el cuartelero me había indicado la noche anterior, era de Candi, la doble y la puse en el bolsillo del pantalón y continué al despacho del capitán, llamé a la puerta.
¡Adelante!
        –Abrí la puerta...
       – ¡Ah, eres tú Manolo!, –me dijo el capitán–. Ya hace días que te estaba buscando, pasa y siéntate.
      –Mí capitán, ya está terminado el trabajo que me han indicado, –le indiqué un poco confuso al pensar que me podía haber caído algún arresto por no estar en el cuartel.
       –Sonrió alegremente el capitán mientras sacaba un paquete de cigarrillos. – ¿Fumas?
       –No, no fumo.
       El capitán sacó un cigarro del paquete  y lo puso en la boca, lo encendió, le pegó unas caladas al cigarro y lo cogió entre los dedos y el humo que tenía en la boca lo hecho por la nariz. Con la mano que tenía desocupada hizo de abanico delante de la cara para retirar el humo que había quedado, era como una nube que desformaba la visibilidad.
      –Ya finalice los trabajos que me indicaron, –le indiqué con un gesto de  inquietud.
      –Tranquilo, tengo buenas noticias para ti. Se va a casar la hija del coronel y el regimiento le quiere hacer un regalo y se pensó en regalarle un arcón tallado en madera y policromado. Hablamos con el coronel para ver los temas que le interesaban.
     –Me gustarían temas militares, –indicó el coronel.
     –Se pensó en el cuadro de Velásquez, “las lanzas” en el frente, a los lados otros temas militares de época.
     –Respiré alegremente a la vez que pensaba en la carga que me había quitado de encima al pensar en un posible arresto al no estar en el cuartel una vez acabado el trabajo. Miré a los ojos al capitán y con voz titubeante le dije. –Bien, por mi parte no hay problemas. Me han indicado que tengo que ir a acabar una escultura que ha quedado pendiente.
      –Cuando acabes el arcón el coronel te dará un  permiso para que hagas esa escultura, –me indicó el capitán con una sonrisa de confianza.
      – ¿Cuándo tengo que empezar?
     –Ya puedes ir a la carpintería, tienes allí la madera para empezar con el arcón.
     Me  levanté para saludar militarmente, se levantó de su asiento y me alargó la mano. Aquél apretón de manos me dio confianza y seguridad. Animado me marché a la carpintería y allí tenía la madera y las láminas de lo que querían hacer.
     El día había clareado y un sol racheado, tímido, se asomaba entre las oscuras nubes. Me  fui a un sitio retirado del patio en donde había unos bancos de piedra, me senté. Por unos momentos estuve meditando y pensando en el rumbo que estaba tomando mi vida y los continuados cambios que se estaban desarrollando en mis entornos, también en mis emociones.  Nada de lo que había pensado  meses atrás podía ser. Las tertulias con las gentes del arte en aquél café acogedor y bohemio iban quedando en el pasado. También, el estudio que tenía apalabrado en aquella buhardilla desde donde se podía ver el mar, una parte del puerto pesquero, el castillo de San Antón convertido en penal militar,  situado dentro del mar en una pequeña isla.
      La amistad de Pepe y sus conocimientos que tanto me estaban ayudando, la  dulce y melancólica Gloria con sus ojos negros como si fuesen de azabache se imponían con fuerza en todo mi sentir. En mis reflexiones –sobre todo– se imponía el sueño que había tenido por la mañana en la playa.
      Quería hablar con Pepe, le había sentido  hablar sobre sueños y el inconsciente. Para él todo tenía un sentido y estaba sujeto a un orden de tipo superior que matemáticamente se cumplía, no había azar ni casualidad.
      Recordé la carta que por la mañana me habían dado de Candi y que todavía no la había leído. Estaba escrita a máquina y la cuartilla tenía el contorno del papel en negro, con su perfume personal.
      “Mi buen y querido amigo: Habíamos quedado en que el camino  real del arte es recto y por él solo se puede caminar con nobleza. Y digo lo mismo de los caminos de la amistad y el amor. Todo lo que sea coger recodos y atajos, será despistarse y no llegar a su fin. Para una vez que creí el tropezar con un alma sensible, firme, selecta, y puse mi ternura y delicadeza en ello, me salió falsa orgullosa y vulgar, y no, querido amigo; A mí sensibilidad le hacen daño todos estos descubrimientos, prefiero ignorar el fondo de las almas, y así los mantendré siempre en el pedestal de mi admiración y afecto. En cuanto a cierta persona a quien aludes, nada me une a ella  ya. Sé que sois amigos, y por nada de este mundo diría una sola palabra que lo desvirtuara ante tus ojos. Solamente diré que no nos entendimos por ser dos espíritus totalmente opuestos.
       Me gustaría si algún día tenemos ocasión –y claro está, resarciéndole de los gastos de material y horas de trabajo, ya que el arte no hay oro que lo pague–. Me gustaría repito que me hicieras un busto. No te vayas a creer que tengo complejo de la Venus de Milo. Soy una birria y esto lo sé, que es lo que me diferencia de las demás birrias. Pero tendría con eso un magnifico recuerdo tuyo. Mientras esperamos nuestro encuentro recibe todo mi cariño, Candi.
       Ya era cerca el mediodía cuando acabé de leer la carta de Candi. Me parecía sentir a través de sus palabras algo más que una afinidad artística o de sensibilidad. Era una joven intelectual con fuerza para materializar sus ideales y sentimientos ya había publicado algunos libros y escribía en la prensa diaria. Había cursado diversos estudios aparte los relacionados con las letras –como canto y piano–, pronto la conocería al tener  que realizar una escultura en la ciudad en que vivía.
       Candi tenía lo que le faltaba a Gloria, fuerza, impulso, autodeterminación y claridad para seleccionar lo que fuese de su interés y conseguirlo. Gloría era todo lo contrario, era frágil, sentimental, nostálgica con su pasado y sin fuerzas para abrirse a nuevos senderos. Tampoco deseaba entregarse a desconocidas emociones para no sufrir ni encontrarse envuelta en nuevos deseos o sentimientos que le producían caída y tristeza, era una hermosa flor que necesitaba una mano fuerte que le diese protección. Poner su corazón en el cuenco de una mano sólida que no le permitiese entrar en la parte negativa de la vida, entregarse en deseo e inocencia al fuerte deseo de su sentir. Necesitaba mucha confianza y seguridad, del contrario, las emociones la arrastraban a las depresiones y enfermedades. Por ello, la total entrega de Pepe en sus estudios de psiquiatría y parapsicología.
        Ya era el mediodía  y los soldados iban de un lado para otro. Era la hora de formar para ir a comer y pasó Pepe.
       –Por la tarde te espero para pasear y hablar, –Me indicó.
       –Te tengo que hacer unos comentarios sobre algo que me tiene muy preocupado, me confunde.
       –Relájate, –me indicó a la vez esbozaba una amplia  sonrisa–. Solamente pasa lo que debe pasar para que despertemos y hagamos nuestro camino, todo está medido y controlado.
       –A la cola si quieres comer, soldado, –indicó el sargento de guardia del comedor.
      –Hasta la tarde...
      –Adiós.                      Año 1.955. Manolo.


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