LAS VIVENCIAS DEL ALMA
El recuerdo se seguía manifestándose con intensidad
frente aquellas experiencias espirituales que se seguían manifestando de mi
amigo escritor ya desde la otra orilla de la vida. Sobre aquella realidad que
en lo humano en muchos momentos había intentado abrir comentarios y de manera
mecánica rechazaba. Ahora se abría a las vivencias del alma en un bello
despertar de reconciliación sobre comentarios que no habían quedado perdidos en
el polvo del tiempo físico.
Mi amigo se había ido al ateneo
para tratar un tema literario, yo opté por quedarme y seguir con unos dibujos
que estaba haciendo. Era el atardecer y sentí en mi interior cierta carga de
nostalgia y tristeza al pensar en la situación que se estaba viviendo en
mi casa y yo tan lejos. Bajé a la playa y continué hasta la ciudad, en el
puerto había barcos extranjeros y marineros que hablaban otras lenguas que me
eran familiares y las comprendía. En un bar del puerto entré y tomé una copa,
era un ambiente sórdido, el mismo que había encontrado en otras ciudades
y países. El vicio parecía tener un denominador común en todas partes,
por lo menos en los lugares en donde había estado. Siempre me había
gustado visitar los barrios bajos de las ciudades en lo relacionado con el mar.
Surgían en mi interior como lejanos recuerdos que me hablaban de viejas
vivencias. Además encontraba mucha documentación para mi trabajo artístico. En
aquellos ambientes la gente era más directa, sincera, había menos hipocresía,
la realidad del mar era dura y no se prestaba para florituras. Si había dinero
había alcohol y sexo. Era la ley de la calle la norma que imponía la
vida. Era gente marginada por la condición humana que yo sintonizaba con ella y
pretendía comprender para darle forma en mi obra artística y con ello elevar mi
protesta.
En la calle o en las casas de
vicio cuando algo me interesaba sacaba la libreta y hacía unos apuntes, en
aquél bar no me gustaba el ambiente y me marché.
Un poco sin rumbo fijo caminaba
por aquellas calles hasta que vi otro local de donde salían unos marineros
todos eufóricos. Uno llevaba en la mano una botella, otro cantaba en inglés
–eran americanos– aquél local estaba más cerrado se dejaba ver que era un lugar
de prostitución barata.
Entré, pedí una copa y me senté
en un lugar retirado para tomarla, giro la cabeza y veo en otro rincón un
hombre que besaba a una mujer de manera obscena, la mujer estaba media desnuda
y sus gruesos pechos le salían por encima del sujetador. Aquello me
produjo cierta repulsa y pensó en acabar mi copa y marchar.
Había mucho ruido y voceríos, una
mujer le hablaba al oído a otra y dirigían la mirada hacía mí. Bajaron el volumen
de la música y con ello el vocerío disminuyó. Se acercaron aquellas dos
mujeres; una se quedó un poco retirada, la más alta se acercó a la vez
que se abrochaba el vestido que llevaba abierto enseñando pechos y
piernas.
Meditaba sin comprender el recato
de aquella mujer en aquél sórdido lugar. Tampoco comprendía en la forma mística
que me miraba, casi de adoración.
– ¡Todo está fuera de lugar!
–pensaba.
–Lo he reconocido en su poder y
quisiera hablar con usted, si me lo permite, –me dijo la mujer.
– ¡Conmigo! –pensé que me
había visto por las calles o por el puerto dibujando y de eso me conocía–
¡Bueno! –le indique con un gesto de extrañeza.
La mujer se había puesto nerviosa
y su cara se entristeció y de sus ojos salieron unas lágrimas que intentaba
retener.
–Tiene la bondad de acompañarme,
–me dijo a la vez que con la cabeza hacía un gesto como indicando el lugar.
Sin comprender nada hice un gesto
de aceptación y la seguí. Entramos en una habitación que estaba detrás del
mostrador, allí había un viejo sofá, unas butacas y unas sillas. En la pared
ropa de mujer colgada. Fotografías de artistas de cine que estaban en moda en
aquellos momentos. Una bombilla colgada en el techo que daba un poco más de luz
en la habitación de la que había en el local.
Entraron dos mujeres más y
cerraron la puerta, se sentaron en un rincón sin hacer ruido. La mujer que me
había hablado en un principio se había sentado en el diván. Se puso a llorar,
trataba de contener el llanto y no podía, cada vez su desconsuelo interior era
mayor.
Sentí en mi interior una
extraña sensación entre ternura y amor hacía aquella mujer, poco habitual en
esa clase de mujeres endurecidas por las circunstancias de la vida y con pocos
escrúpulos en la mayoría de los casos.
– ¡Va usted
acompañado! –me dijo la mujer que se había levantado del asiento.
Era alta y morena, tendría 25
años. Físicamente se la veía bien formada, volvía a entristecerse y llorar.
Yo estaba en suspense y no
comprendía nada, miré a mí alrededor y no vi a nadie.
– ¡Tengo mucha fe en
usted! –señaló la mujer atrapada por el llanto.
Empecé a comprender, ¡me han
confundido con un curandero...! –pensé.
–Tengo una compañera que se
encuentra muy mal y los médicos no le dan confianza, tiene una enfermedad
incurable. ¡Sé que usted puede curarla! –señaló la mujer llorando de manera
desconsolada. En un gesto entre dolor y esperanza me abrazó fuertemente
apoyando la cabeza en mi hombro y llorando desconsoladamente me indicó.
–Quiero mucho a mi amiga y
sé que usted puede curarla, vaya a visitarla, está cerca de aquí.
Yo estaba totalmente confuso, no
tenía palabras…
Surgió una pausa con un poco más
de serenidad y la mujer me indica, –puede tener sexualidad conmigo, si lo desea
y pasar la noche. No tendrá que pagar nada, –indicó la buena mujer llorando.
–No sabía cómo salir de aquella
situación tan inesperada y cargada de emotividad. Cuando la mujer estaba un
poco más serena le dijo, –yo no soy ese hombre que piensan y no las puedo
ayudar, pues no tengo ningún poder. Soy escultor y he venido a la isla a
descansar. ¡Como era cierto!
La mujer se separó y cerró los
ojos, de ellos salieron unas gruesas lágrimas. Se sentó en el viejo diván y
ocultó su cara entre sus manos, bajó la cabeza y por entre sus manos resbalaban
unas gruesas lágrimas.
Hubo unos momentos de fuerte
tensión en aquélla sala, un frío que cortaba me produjo un fuerte
dolor.
Ya no hubo ningún suspiro más en
aquella mujer, sí una fuerte crispación que la llevó a clavarse las uñas en la
cara hasta soltar sangre.
Entré en una profunda meditación,
un frío estremecedor cortaba mi corazón como un afilado bisturí. Era tan grande
la fe de aquella mujer y su total convencimiento que la verdad que le
había indicado no le había servido para nada. Pero aquello era algo que no
estaba a mi alcance. ¡No podía visitar a una mujer moribunda cuando bien sabía
que no tenía ninguna solución para ella, tampoco disponía de ningún poder
espiritual!
No dije nada, sintiéndome
muy mal baje la cabeza y di la vuelta hacía la puerta. Ya no hubo más
comentarios, ninguna palabra más. Las dos chicas que habían permanecido en
silencio, en un rincón, se levantaron y me acompañaron hasta el centro
del local.
La copa que había pedido la tenía
casi entera. Quise pagarla y no me la quisieron cobrar; me marché de allí con
la cabeza baja y el corazón oprimido.
Muchas lágrimas me hicieron
derramar el correr del tiempo con esta dura experiencia que había vivido a mis
27 años. Desde mi nacimiento yo bien conocía mi facultad, incluso tengo
recuerdos prenatales que fueron martirio en mi infancia, de esas verdades del alma que determinan, que con
los ojos físicos no podamos ver.
Ahora me
queda elevar un pensamiento de amor a aquella mujer que había sabido ver con
claridad aquella facultad espiritual que siempre intente ocultar al separarme
de mis glorias terrenas. Era vidente y tal vez ella tampoco lo sabía.
También a mi
amigo escritor, en su despertar desde el otro lado, le acerco este relato que
en su día quise compartir y rechazo. Que la luz le conduzca al sendero a seguir
en su despertar en la otra orilla de la vida.
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