jueves, 15 de diciembre de 2011

La vuelta al barro

                                                       Evangelista, en barro

En vivencias se encuadran estos relatos  desarrollados en el año 1.956. Ya definían el camino que iba a seguir mi vida en contra de mi voluntad y deseo al retirarme de mi ideal artístico en el cual me sentía atrapado por  vocación y afinidad


                                
                                6.   La vuelta al baro
                
                                                                    
Ya me podía subir a aquellos altos andamios que necesitaba  para modelar aquél evangelista de cinco metros de altura cuando dos días atrás estaba en una cama inmóvil. Era evidente  que nada sucede al azar y todo sufrimiento tiene el beneficio de llevarnos a una renovación; deseaba acabar la escultura y volver al cuartel para recoger la licencia y poder seguir mi sendero…
 Ya en la caída de la tarde se dificultaba mi movilidad y antes de la hora prevista   llegaba  Candi  a recogerme a la iglesia para ayudarme en mi regreso a casa.   Venía  acompañada con su sobrina, una adolescente de 16 años.
–Me acompaña Coral que quiere ver la escultura que estás modelando.
– ¡Hola Coral! –le indiqué cariñosamente a la  vez que le daba un beso.
– ¿Cómo te encuentras? Ya me indicó la tía que estuviste mal y no podías andar.
–Ya me muevo con bastante normalidad, ven y veras lo que hago  
– ¡Qué grande…! –indicó Coral un poco sorprendida.
–Sí, van colocados en la cúpula y tienen que ser grandes.
– ¡Has trabajado mucho! –señaló Candi  un tanto emocionada.
–Ahora marchamos, tengo que tapar el barro con estos ventanales sin cristales el barro se seca… Pronto abandonamos la iglesia camino del estudio, –yo os tengo que dejar, tengo ahora una clase–, manifestó Coral
Acompañado y del brazo de Candi   continuamos el camino, iban surgiendo las afinidades y se manifestaban los sentimientos. En Candi había una fuerte lucha en su interior, entre sus deseos sensibilidad y liberalismo, ajustada a unas obligaciones morales que ella se había impuesto; sus cambios en el carácter eran continuados, y ello, a pesar de la comprensión confianza y cariño que surgía, en momento, había un acondicionamiento.
Aquella tarde había una atmósfera especial de comunicación y sensibilidad, había alegría y deseo de entrega en nuestros corazones  soñadores por los pequeños logros que se iban consiguiendo con  mi recuperación hacia una normalidad en mi salud  que me permitía dar continuidad a la obra escultórica y continuar con proyectos futuros. También Candi  tenía un encanto especial, iba vestida con una blusa blanca y una falda negra, el pelo lo tenía recogido en la parte de atrás de la cabeza en la manera que iba en el busto y se lo ponía para posar.
Ya se había celebrado la fiesta de la primavera en donde habían intervenido muchos poetas, en su mayoría jóvenes. A Candi le habían dado un premio especial, ello la obligaba a tener que hacer un recital poético en un teatro local; todos aquellos acontecimientos  la envolvían en un encanto especial. Ya finalizada la sesión de modelado y para contemplar el busto en su conjunto me  senté en una silla, Candi inesperadamente se sentó en mis rodillas,  le cogí sus manos que las tenía frías...
– ¡Te quiero mucho…! –me indicó Candi  a la vez que me abrazaba y me besaba.
–Yo también, –le indiqué  por lo inesperado de aquella entrega.
Era un inesperado acercamiento emocional que había surgido en los dos meses que materialmente estábamos compartiendo amistad ideas y sentimientos, una ayuda humana que dada mi inmovilidad  para poder andar por las calles  tenía que ir del brazo de Candi, surgiendo comentarios mal intencionados en aquellas mentalidades pueblerinas de los años cincuenta. Era evidente que aquél acercamiento no obedecía a cuestiones amorosas de sentimiento material o deseo carnal, había una conexión a un desarrollo  más profundo que condicionaba nuestras vidas en una realidad ajena a la que desarrollaban los sentidos corporales. De aquella situación ya habían empezado a surgir  las luces y las sombras en aquél acercamiento material, fue hermoso aquél acercamiento de amor y de entrega y por unos momentos estuvimos atrapados en ternura y cariño. Una dulce y delicada melancolía nos arrastraba sin reservas a la entrega final… Pronto se rompió el encanto y aquél fuego interior que nos quemaba, sin ninguna causa aparente que lo justificara… Candi se levantó de mis rodillas, estaba crispada y confusa y de manera automática penetró en un estado de completa insensibilidad.
–Me tengo que ir, –señaló con una mirada fija y desafiante.
– ¡Cómo…!
–No puedo estar aquí…!
–Yo te acompaño a tu casa, es tarde.
–No es necesario, quiero ir sola.
–Sí, lo haré, ¡siempre lo hice...! –le indiqué de manera determinante. Y la acompañé.
De regreso, ya en mi estudio me volví a sentar en aquella silla para ver el busto de barro. Algo interiormente me crispaba, no comprendía aquella reacción de Candi cuando había sido ella que se había sentado en mis piernas y me había besado con deseo y pasión iniciando la entrega. Todo aquello me hizo meditar; aparte de sentimientos y afinidades artísticas ideas comunes y la misma edad. Algo había en nuestro interior, en nuestro espíritu idealista y soñador para que surgieran aquellas  emociones que en su momento más efervescente y emotivo arrancaba por senderos alejados de los sentidos corporales y deseo humano.
Por unos momentos recordé a Pepe, los muchos comentarios que me había hecho sobre vidas pasadas… influencias que hay que depurar y errores que saldar. La reencarnación, temporalidad y pruebas materiales. Aquello me dio cierta calma y sereno el desasosiego de mi sensibilidad. Ya era tarde estaba cansado y al nuevo día tenía que madrugar y me fui a la habitación para acostarme, encima de la mesita había un sobre, dentro unas cuartillas escritas. En una un hermoso poema dedicado al escultor creador “con las manos en el barro”, y en la otra... 
“Conserva este papel como recuerdo de nuestro profundo amor, de un día mágico de iniciación y entrega, de enfado y alegría, tormenta y sol. Imponiéndose por encima de todo el verdadero amor… Candi”.
–Me quedé meditando…, –¡escribió las notas cuando fue a la habitación a recoger el abrigo para marchar o la traía escrita! Aquella noche fue confusa y me costó reconciliar el sueño…
Los días iban pasando y la primavera se hacía sentir, el tiempo había mejorado y la naturaleza estaba llena de frescura y color. Las temperaturas más generosas y los días más largos, con ello, habían descendidos las molestias reumáticas en las piernas,  me permitía poder andar mejor. Muchas tardes salíamos a pasear por las afueras de la ciudad caminando por las verdes praderas que ya estaban llenas de colorido, bordeando el caudaloso río que, en parte, atravesaba la vieja ciudad, hermosos atardeceres contemplando aquellas imponentes puestas de sol. A la vez, haciendo proyectos para nuestros ideales artísticos que se fundían en un profundo sentimiento de vida y entrega. De una fuerte necesidad de amar y vivir libremente las experiencias personales; siempre surgía aquella fuerte mordaza  que condicionaba y presionaba a Candi –yo no puedo…! Al llegar a aquellos puntos algo parecía disgregarse  formándose un bloqueo en emociones y sentimientos que reducían toda esperanza en un sendero continuador de vivencias comunes. Por otra parte, en mi interior mordían muy fuerte mis ambiciones artísticas, deseaba acabar el evangelista, recoger la licencia militar y  volar. Mi primer paso Madrid, luego Paris, expresar mis ideas y hacer exposiciones, triunfar…
Ya el retrato de Candi le estaba dando los últimos retoques. También al evangelista, ello elevaba la emotividad en mi interior  al acercarse la liberación de mi atadura militar. Era un domingo por la tarde y fuimos a pasear por la campiña, en un rincón del río había un restaurante. Candi estaba nostálgica, silenciosa. Comprendía que era el fruto de sus emociones  que continuamente languidecían.
–Mira que lugar acogedor, ¿vamos a tomar un refresco y  merendar? –le indiqué para vitalizarla.
–Bien, ¡si tú lo deseas…!
–Si no te apetece lo dejamos…
–Sí, lo deseo, también fundirme en tu alma para siempre.
–Vamos, –le indiqué  a la vez que le daba la mano. En un lugar recogido nos sentamos al lado de un ventanal que daba a un rústico jardín.
–¿Qué, ¿conocías esto? –le pregunté al ver que sus ojos se humedecían.
–Sí, cuando era niña mi padre me traía aquí a merendar, ¡tengo hermosos recuerdos…!
–No fue el azar que nos trajo aquí, todo está previsto, –le indiqué
–Yo lo deseaba, pero nunca te lo hubiese pedido.       Manolo
                              



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