sábado, 16 de mayo de 2020

CARMETA




EL MÉDIUM Y SU DESARROLLO
                       

                                 3 – 6 – 5

 Carmeta. Muchas eran las sensaciones que me asaltaban impidiéndome dormir, me confundían en mis estados conscientes y a la vez me envolvía en ciertos estados de imquiectud. Sentía una presencia a mi lado unida como a un campo de energía que me transportaba a muchos años atrás. Me hacía confundir las sensaciones de aquellos momentos con los recuerdos que estaban dormitando en mi interior desde tiempos lejanos, me costaba situar la verdad real de aquél momento, extraordinaria, que despertaba y traspasaba todos los recuerdos a un presente que se vitalizaba con fuerza.

–En aquellos momentos y sin conocer las causas, instintivamente con realismo y fuerza recordaba a Carmeta, a la vez la  sentía  viva, palpitante y llena de amor a mi lado. Sin causas razonables, lógicas, recordaba una historia que se había desarrollado 25 años atrás, qué por alguna ley de la vida seguía viva, por lo menos en aquellos momentos y para la realidad que estaba viviendo.

Carmeta había sido   una chica que había conocido muchos años atrás en Lugo. A mi lado se sentía bien, serena y tranquila, para ella la vida tenía cierto sentido y contenido, mi acercamiento humano era el mejor estimulante que podía tener dada la situación en que se encontraba. Yo también a su lado me sentía bien, tenía una profunda sensibilidad envuelta en una extraña belleza interior. Carmeta estaba enferma del corazón tenía  18 años, –mi misma edad– a pesar que era alta parecía una niña, su tristeza decaimiento y dolor se manifestaba con fuerza en su expresión y en su gesto, a pesar de ello, tenía en su interior una ternura especial y una bondad que la elevaba por encima de todo lo temporal y tiempo físico. Yo paraba en su casa, allí comía y dormía, el ambiente en la casa era de tristeza y negatividad; la presencia de la muerte se hacía sentir y con fuerza en los pocos componentes que quedaban de aquella larga familia. En mis horas libres ayudaba a Carmeta en su soledad llevándole un poco de entretenimiento, estaba a su lado todo el tiempo que podía, jugaba con ella a las damas y al parchís y a otros juegos que ella en su soledad se inventaba.

Hablábamos de poesía y en momentos que se sentía bien tocaba el piano y cantaba, también le empecé a enseñar a jugar al ajedrez; era muy delgadita y siempre estaba envuelta por una dulce y tierna melancolía, nunca salía de casa en los últimos tiempos y lo más insignificante la turbaba, los que quedaban de su familia la trataban con esmero, era como una sombra de una verdad que se deseaba conservar, siempre me esperaba llena de ansiedad  para estar a mi lado. Yo le había cogido cariño, había algo especial en su interior que me hacía sentir bien a su lado; era como si algo muy fuerte me arrastrase a su espiritu envuelto por una indefinible ternura. No era la mujer  que como hombre o escultor prefería, me sentía más atraído a las mujeres con potentes formas y fuerza de espiritu. Carmeta era todo lo contrario, era una tierna flor que solamente podía vivir al calor y amparo de una gran fuerza protectora, era como una saeta lanzada al viento que se difuminaba en desconocidos y bellos parajes para la sensibilidad humana. De nuestro encuentro, acercamiento y vivencias surgió una escultura. –Flores místicas–, un busto en madera policromada que mandé  a la exposición nacional dos años después.

Su padre era músico, –también Carmeta había estudiado música– organista en la catedral Lugo, daba clases de composición y canto y era amigo de Torcal, que al ver a la chica en aquél desamparo frente a la vida le hablo mía; de mi espiritu y desinterés para ayudar  a la gente, también que estaba yo solo viviendo en una pensión. –Torcal me convenció para que fuese a vivir a la casa del viejo músico, que además era poeta y amante del arte en general.

En aquellos tiempos yo estaba haciendo unas grandes esculturas para una iglesia, el destino en momentos cariñosos, en otros travieso para la vulgar y humana mirada del hombre, pero siempre impositor hizo cambiar mi vida y me acercó al lado de Carmeta, también hizo cambiar la suya, toda una atmósfera inesperada de soledad se había desarrollado en mi entorno que surgía de la oscuridad que había en aquella casa. A pesar que era una época de esplendor en mi joven vida, en mí arte, en relación con el mundo intelectual.  En donde se hablaba de proyectos futuros en las tertulias que formábamos los jóvenes con ideales artísticos, en aquellas luchas a favor de la libertad y en contra la dictadura  dominante: Algo me arrastraba a aquél mundo de silencio y tristeza que había en la casa de Carmeta.

Al año me tuve que marchar a La Coruña para hacer el servicio militar, poco tiempo después y antes de concluirlo tuve que volver a Lugo en donde me había quedado por terminar una escultura, ya mi situación y proyectos eran distintos, paraba en otra casa en donde también tenía mi estudio que había montado por el tiempo que allí estuviese. Mis proyectos ya habían tomado senderos determinantes y esperaba la licencia para marchar a Madrid.

Nada más había sabido de Carmeta y de su destino, yo había emprendido relaciones sentimentales con una chica, –poeta y escritora– conocía a Carmeta y su entorno familiar; por ella, me enteré de la situación que había en su casa, en aquella familia atrapada por el dolor y la impotencia humana para frenar una triste y desoladora situación karmica.

Habían pasado cerca de dos años, era un atardecer y estaba  en el portal de la casa de la poeta, ya el frío de invierno se hacía sentir en aquella ciudad, también su humedad. Entre las sombras del anochecer me pareció ver a Carmeta; al verme ella se echó en mis brazos y me llenó de besos, se apretó muy fuerte  y sentí el palpitar de su corazón en mi pecho, mientras lloraba en una total entrega material. Yo la separé un poco para poderla ver en su conjunto físico, había engordado, se le habían desarrollado los pechos y estaba hermosa  llena de vida. Tenía la cara un poco pintada, el calor de sus labios le daba un aire de voluptuosidad y deseo, una aureola de amor envolvía  su cara. Se sentía feliz, –me dijo.

   “Me siento muy bien, me he acordado mucho de los momentos que hemos pasado juntos y te he querido mucho, yo era una mujer muy enferma y no tenía nada que ofrecer, vivía dentro de una profunda tristeza. ¡Tú me has hecho reaccionar! Gracias”            

 –Llorando se abrazó a mí con todas sus fuerzas, ya más serena me indicó que mantenía relaciones con un chico  se había enamorado  y se sentía feliz. Ya era tarde y señaló, – “me tengo que marchar no quiero que mis padres estén intranquilos por mí”. En aquellos tiempos tendríamos 22 años

–Me abrazó y beso y se marchó,  la poeta, con la que estaba, conocía a Carmeta, había coincidido con su padre en festivales poéticos, además conocía a toda la familia. Me hizo comentarios sobre la vida de Carmeta y la situación que había en su casa. El matrimonio había tenido siete hijos, uno a uno, todos se habían ido muriendo de muerte súbita entre los 20 y 25 años. Ya solamente les quedaba Carmeta, la más pequeña. Los padres estaban muy preocupados por ella, la habían envuelto en algodones y ternura para protegerla sobre aquél destino fatal que arrastraba a la muerte a todos los hijos.

Yo acabé mi trabajo en aquella ciudad, también acabé mi servicio militar y movido por mis ambiciones artísticas me marché a Madrid. Mi relación con la poeta seguía se había establecido un vinculo de amistad y sentimiento. Al año en mi regreso a la casa materna en navidades pasé a visitar a la poeta que ya me esperaba, en Lugo. La encontré alterada, le cogí las manos para darle calor y fuerza se abrazó a mí llorando y me indicó con palabras ínter cortadas por el llanto. – ¡Carmeta se ha muerto hace unos días!

En aquella noche de insomnio recordaba aquél pasado como si lo estuviese viviendo en una realidad presente en la cual no existiera el tiempo ni el espacio. Mi emotividad se alteró al comprender y sentir que Carmeta estaba viva, allí estaba a mi lado y en aquél mismo momento me estaba dando aliento y fuerza, –simplemente se había desprendido de su cuerpo que le era inservible ya para la misión que estaba en su destino–. La sentía en mi interior, aquél rostro infantil de un principio, el deseo de vivir después, aquella fuerza del espiritu  ya la había sentido muchas veces en mi desarrollo como médium, dada la turbación que alcanzaba a mis sentidos corporales nunca la había llegado a identificar. Hice una elevación y sentí con fuerza su palpitar, ya liberado del proceso de sufrimiento que había tenido que vivir en su última materialidad en su misión fugaz por la vida física.  Era un ser elevado en la escala del conocimiento, su materialidad estaba relacionada con la prueba de sus padres, algo que venia desde mucho tiempo atrás, con las muertes de sus hijos tenían que ver en Carmeta el más profundo dolor en aquella niña que adoraban, ya superados los problemas de enfermedad y humanos

 Cuando ya en apariencia física estaba recuperada, el amor había entrado en su corazón y su espiritu estaba lleno de fuera y vigor para los ojos del humano. –Carmeta tuvo que volver a su realidad espiritual ya alejada de las pasiones humanas  para que sus padres carnales quedasen en la más profunda desolación. – ¡Aquello había sucedido por algo y además bien concreto, el karma no perdona…! Pueden pasar siglos terrenos pero se manifiesta.

Al volver por la mañana a mi realidad consciente, las bellas vivencias espirituales y emocionales de la noche se habían recogido en el lugar que tenían que estar en la realidad del tiempo en donde tenían su morada, ya lejos de los vaivenes humanos y de su temporalidad.

 Aquél día lo pasé en una dulce confusión; era para mi un tanto desconcertante desde el plan racional los continuados cambios que surgían en mi interior. Pero aquella noche una hermosa canción de amor sonó en mi corazón en aquel hermoso despertar espiritual sobre las propias vivencias humanas.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario