Luz sobre las sombras.
El sordo ruido del despertador
me saco de las sombras de la noche, un sonido que conscientemente no había
podido escuchar al estar alejado mi aposento de donde estaba aquél despertador.
Pero, algo, sí, me indicaba en mi estado confuso de conciencia que me esperaba
una nueva misión en aquél amanecer de un día más en tiempo terreno. Lleno de
resonancias por encima de aquellas sombras que me aprisionaban en mi vida
corporal en aquellos momentos de cambios que me costaban aceptar al estar tan
encarcelado en lo limitado de lo temporal.
Entregado a la misión, la
realidad determino más allá de mi campo
consciente aparcando el vehículo en el
parquin del hospital en donde mi compañera tenía que seguir aquél proceso curativo
en el desarrollo humano que la condicionaba en una nueva prueba o realidad.
Cubierta la primera fase
clínica, matutina, fuimos al restaurante a desayunar. Alargue la vista en
aquella amplia sala, un poco en frecuencia no consciente y veía en el grueso de la gente una similitud, una
tristeza y zozobra por el lugar en que se encontraban y por las causas físicas
o psíquicas que los llevaba a estar allí, atados a su dolor corporal.
No se trataba de que aquella
gente me devolviese la mirada, ya que eso es algo habitual. Sino de ir un poco
más lejos, mirar un poco en el más allá de lo superficial de las miradas
terrenas.
Comprendí que todas aquellas
miradas, decaídas, entristecidas por las pruebas humanas estaban atrapadas en
una profundidad que iba más allá del cuerpo físico y la experiencia de la propia enfermedad. Qué, conscientemente
no podían comprender, que a pesar de aquella manifestación de aislamiento en lo
humano nuestras almas estaban conectadas en senderos de luz en una misión que
había empezado muchos siglos atrás, dada
la densa capa de la materialidad
conscientemente lo impedía ver, sentir, vivir, aquella luz que
presionaba fuertemente en el interior y nos lanzaba a nuestro despertar.
Mientras estábamos atrapados por la enfermedad, sin poder ver,
comprender, que era el vehículo que nos estaba llevando a nuestro despertar.
Frente a tanta luz, una
profunda emoción invadió mi sentir y unas
lágrimas de hermandad y de amor rodaron dulcemente por mis viejos y
cansados ojos terrenos que cada vez me obligaban a tenerlos más cerrados si
deseaba seguir en aquel despertar.
Sentí piedad al volver a mi
realidad consciente, en donde lo aparente de una realidad humana ya no me era
tan extraña, había entrado en sus almas y
encontrado su calor, la frescura, el amor. La continuidad que había que
desarrollar en aquella prueba humana en los caminos de la vida corporal.
Comprendí que la verdadera
ceguera estaba en lo corporal, que un camino de luz conducía nuestra vida en el
sendero a seguir, ello me llevó a pensar. ¡Cuánto amor se pierde en lo humano
por no abrir los ojos del alma en su continuado despertar! Manolo Carra.
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